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Márquez Campos y el ser del Córdoba

Rafael Márquez, en el homenaje recibido en Vista Alegre.

Paco Merino

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El fútbol es precioso y desagradecido. Miren las fotos de cualquier equipo festejando un éxito. Entre el confetti, los puños alzados y el trofeo aparecen orgullosos, en primer plano, los grandes protagonistas de la hazaña: los jugadores. También el entrenador, si es de los de ego inflamable. Y, por supuesto, los dirigentes con el cuello de la corbata desanudado y un gesto híbrido entre la satisfacción por el logro y la incordiante certeza de que la broma les saldrá por un pico en primas y prebendas. También suelen posar en en estos caóticos retratos de familia personas que normalmente se quedan en segunda, tercera o cuarta fila. Son tipos que echan más horas que nadie, que se dedican a menesteres fuera de foco y que a menudo no tienen ni contrato con la entidad a la que le entregan la vida. Gente de club, les llaman. Ahí se sitúa Rafael Márquez Campos. Don Rafael.

El otro día, en el Palacio de Deportes Vista Alegre, sonó el himno del Córdoba CF y apareció en la cancha Márquez Campos. Salió arropado por el equipo blanquiverde, que ocupa puestos punteros en la clasificación de Segunda División y sueña con el ascenso a la élite en fútbol sala. Quiso el destino que el entrañable Márquez recibiera la distinción “Espejo del cordobesismo” -un premio bimensual instaurado por el Córdoba CF Futsal para rendir homenajea personalidades que han contribuido con su trabajo a ensalzar el escudo del club más representativo de la ciudad- unos días después de que en la junta de accionistas se escucharan manifestaciones, por parte de algún abonado y del propio presidente, que no dejaban entrever demasiado cariño hacia el conjunto de fútbol sala. Más bien les parecía un incordio. Este equipo ha llevado en los últimos tiempos más espectadores al pabellón que los que acudían en los tiempos en los que el Córdoba CF se movía por la Segunda B, categoría a la que está abocado si no media una reacción inmediata. Pero eso vamos a dejarlo por ahora.

El caso es que Márquez Campos volvió a recibir el abrazo de quienes le conocen y saben qué ha hecho este señor. Hace ocho años que se jubiló como empleado del Córdoba CF, con el que vivió años de ruina y gloria. Los cordobesistas no le olvidan. Su emoción es la de todos los que saben quiénes somos y de dónde venimos, pero no tienen ni idea de a dónde vamos. Márquez tenía a su lado al presidente de la Federación Española de Fútbol Sala -Javier Lozano-, al vicepresidente -Pablo Lozano- y a José García Román, el presidente del club de fútbol sala. Enseñaba la placa con orgullo ante una trinchera de fotógrafos, nervioso y con los ojos húmedos. Seguir escuchando aplausos cuando la temporada ha terminado es ganar de verdad.

Márquez Campos es uno de los últimos representantes de una especie en extinción: la de los hombres de fútbol. Gente que entrega sus horas, sus ilusiones y sus fuerzas por pura vocación, en una suerte de sacerdocio que les hace renunciar a casi todo por lograr un sueño que no es el suyo, sino la suma del de muchos otros. Se sigue confesando “cordobesista hasta los huesos”, ya sea defendiendo la camiseta blanquiverde como juvenil o arrastrando inmensos baúles llenos de equipaciones por los estadios de toda España como responsable de material.

Fue jugador (Nazaret, Andalucía, Atlético Cordobés, Córdoba amateur, Mérida, Baena, Montalbeño, Fernán Núñez, Posadas...), entrenador (siempre en divisiones formativas), árbitro (ascendió a Tercera en Córdoba y antes ejerció en Tarragona, en Zaragoza y en Valladolid por razones profesionales; era montador de sistemas eléctricos, lo mismo en trenes que en la central nuclear de Ascó), directivo multiusos... Pero su pasión era el fútbol de cantera. Ahí protagonizó su mejor jugada. En los duros 80, con el Córdoba languideciendo en Segunda B, las divisiones inferiores del club blanquiverde pasaban por un momento delirante: ni instalaciones, ni dinero, ni planes. No había nada. Rafael Márquez decidió dar un paso adelante.

Tuvo que hacer frente con su patrimonio personal a una estructura deportiva casi profesional, un club que a mediados de los ochenta sentó cátedra en las ligas provinciales y sirvió de germen para acontecimientos históricos posteriores: el Deportes Márquez Campos. El centro de operaciones era una pequeña tienda de deportes. Llegó a tener nueve equipos, ganó campeonatos y todo creció. Allí Márquez forjó el corazón de lo que luego serían las divisiones inferiores del Córdoba CF. Con el club arruinado y los equipos de base en peligro de desaparición, se alió con un grupo de padres y con valiosos talentos (Rafael Ruiz Coco y Perico CamposCoco entre ellos) para formar Apacor. Todo aquel entramado se integró en bloque al Córdoba CF. Y el club de la ciudad logró que brotara de nuevo su cantera sobre la semilla que un día sembró Márquez, el encargado de material, el humilde cordobesista que fue más valiente que nadie.

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