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El gol que fue mentira

Pantic festeja su gol ante el abatimiento de los jugadores del Espanyol | MADERO CUBERO

Paco Merino

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Pantic festeja su gol ante el abatimiento de los jugadores del Espanyol | MADERO CUBERO

El estallido en la grada fue monumental. No era un momento cualquiera. En el minuto 76, el Córdoba enfilaba la recta final con la horrible duda entre lanzarse arriba con todo o moderar un poco sus impulsos para conservar lo que tenía. “Un punto es mejor que ninguno”, dijo Ferrer con un puntito de resignación. Pero eso fue después. En ese instante todo el mundo se volvió loco. Cómo corría Pantic. El serbio conectó un remate picado de cabeza al capturar en carrera un centro de Fede Cartabia. Cuando vio la pelota dentro empezó a correr sin destino, con la mirada perdida quién sabe en qué punto, hasta que chocó en su camino con Patrick Ekeng y se abrazó con el camerunés. Menuda paradoja. El 2, un central, decidiendo un partido mientras todo el mundo debate sobre el rendimiento de los delanteros. Que si Mike Havenaar es una boya, que si Xisco no tiene la cabeza en su sitio, que si a Ghilas le lanza la báscula mensajes acusadores... Todos esos pensamientos se venían a la cabeza en ese fugaz destello de felicidad que cruzó El Arcángel en Córdoba-Espanyol.

Era el camino directo a la primera victoria en Primera División. Los blanquiazules simplemente estaban ahí, tan serios y concentrados como poco activos en ataque. Sergio García se perdía discutiendo con todo el mundo. A Stuani apenas se le vio. Mírenlo ahí, en la foto. Poniendo los brazos casi en jarras y con un gesto de decepción dibujado en la cara. Mattioni baja la mirada y Colotto no sabe a dónde ir. Tres españolistas hundidos. Un brasileño, un uruguayo y un argentino. Y un serbio enloquecido de alegría, como el graderío de Preferencia. Todos de pie, con los brazos alzados y el grito liberador. Mírenlo. Eso ocurrió el domingo. Pero fue mentira.

La foto es real. Dieciseis mil personas en la grada y veintidós en el césped sintieron lo que sintieron después de un gol que no valió para nada más que para eso: para sentir algo. No hay peor bofetada que la del gol anulado cuando ya ha sido festejado. El poso de rabia que dejó la decisión de Jaime Latre, que mantuvo un diálogo de miradas y gestos con su juez de línea antes de invalidar por fuera de juego la acción de Pantic, se reflejó en los minutos siguientes. El estadio fue un hervidero de improperios el árbitro y vítores a un Córdoba ofendido. Pero ya nada cambió. El 0-0, el resultado más repetido en El Arcángel desde que llegó Albert Ferrer, provocó una salva de aplausos. Más de agradecimiento que de alegría. Y ahí quedó la jugada de Pantic, un gol que se celebró pero que fue mentira.

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