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Paco Merino

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“En los entrenamientos (las maniobras) todos son buenos. Luego, en las guerras, se ve quiénes valen y quiénes no” | Carlos Queiroz (entrenador de fútbol).

Todo el mundo sabe que el Córdoba es inmortal. Y que una cosa es descender y otra perder la categoría, también. A día de hoy, la batalla se libra en los dos frentes. En uno se pelea contra adversarios según un calendario previsto y una cuenta de resultados que determinará la posición final. Pura matemática. En el otro, el enemigo es interior. Las circunstancias son duras y cada cual las asume como buenamente puede. Unos se deprimen, cogen la puerta y no vuelven. Otros acuden al ritual del fin de semana para mostrar su indignación de manera ruidosa o callada, que tanto una como otra sirven. Otros se entregan al adictivo ejercicio del señalamiento de culpables, como si todo lo que le viene sucediendo al Córdoba fuera culpa solo de una persona -o de una familia- y que con el cambio -se van los González, entran León y Oliver- se producirá una mutación mágica. Igual se da algo así, quién sabe.

En el fútbol existen los milagros (para bien y para mal, los cordobesistas han visto ya algunos) y a muchos les seduce la idea de esperar a que el tiempo ponga las cosas en su sitio -un mantra multiusos- antes que afanarse en cumplir su misión. Porque sí, señores, aquí todos tenemos un papel que jugar. El Córdoba lleva unos días siguiendo reuniones estratégicas para elevar el número de espectadores, pero lo que realmente necesita no es público sino actores. Así en el verde como en la grada. Y no digamos en los despachos. Acción directa. Hay que levantar la cara y ponerla con el riesgo de que termine partida, porque la alternativa es vergonzosa: dejarse hacer, buscar excusas y dar pena. Más o menos lo que se ha venido haciendo de unos meses a esta parte, provocando la respuesta de la hinchada: el desapego y la huida. El cordobesismo puede tolerar los mayores desmanes a un presidente simpático y convertir en ídolos a tuercebotas, pero no perdona la chirriante sensación de que le estén tomando el pelo.

Después de tres entrenadores -y con un cuarto en la recámara-, una venta del accionariado, dos presidentes, una descacharrante dirección deportiva en la que todo el mundo mete mano, un puñado de fichajes fallidos y un balance futbolístico impresentable, el Córdoba llegará al mes de enero en una situación que conocen mejor que nadie quienes son su razón de ser: los aficionados. Aquellos de los que los directivos se reían por celebrar los 50 puntos, los que cogen el coche y se recorren el país para apoyar a un equipo que no le gana a nadie, los que hacen cuentas en su economía familiar para sacarse un abono, los que han visto a los suyos en Primera, Segunda, Segunda B y Tercera, los que no miran más que a través de un prisma blanco y verde y los que comparten sus afectos con otros, los que añoran a Loreto y Espejo y los que se derriten con fichajes exóticos, los que se meten con Pinillos haga lo que haga o los que aplauden a Javi Lara haga lo que haga, los que piden cantera (sin saber que en el filial se fichan 20 y se despiden otros tantos cada verano), los que tocan palmas en el himno, comen pipas y llevan camisetas de Arenal 2000, los que se ilusionan en verano y se hunden en invierno, los que están en una peña de la Agrupación o de la Federación, los que se lo creyeron todo y los profetas del apocalipsis, los ex, los anti, los pro y los que parió su madre.

Todos hacen falta. Pero no para cantar y levantar bufandas -que también-, sino para ejercer sus legítimos derechos como dueños del Córdoba. La propiedad cambiará de manos, pero el porvenir no se decidirá en la mesa de un consejo de administración sino en ese recinto que un día se bautizó como “nuestro reino” gracias al himno y a la fidelidad de sus moradores. Ahí competimos. Y ahí hay que morir. Que venga quien tenga que venir y que salga el que no sea capaz de aguantar el peso del escudo. Hay otros equipos por ahí donde uno puede ejercer su trabajo con más tranquilidad, sin que nadie le chille ni le exija, sin que nadie le conozca ni le juzgue, sin que nada importe demasiado. Aquí no. Esto es el Córdoba, donde se puede descender sin perder la categoría y viceversa. ¿Sentís ya el vértigo?

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