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En su cabeza era espectacular

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Paco Merino

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Puede que en el momento en que esté leyendo estas líneas el Córdoba haya pagado su deuda para ser admitido en Segunda B. Puede que no lo haya hecho aún. Puede que, después de un mes sin hacerlo, haya anunciado que llegará alguno de los al menos tres fichajes que reclama Enrique Martín Monreal, un hombre de fútbol que ya no se espanta de nada. Ni siquiera de trabajar al frente de un equipo que no se sabe si competirá o no. Lo más probable es que este fin de semana salte al césped de El Arcángel para despachar la primera jornada oficial tras su regreso, doce años después, a la categoría de bronce, donde no hace tanto se fogueaba su equipo filial.

Todo lo que podía ir mal ha ido peor. Dicen los que mandan en este descacharrante club que lo que hay que hacer es “hablar de fútbol”, en un patético intento de captar adeptos a esa realidad paralela en la que parecen habitar desde hace un año. Puede que el Córdoba juegue y gane. No le queda más remedio que hacerlo en una división infame, impropia de su rango y de nulo atractivo. Pero el partido de la credibilidad lo tiene perdido desde hace ya mucho tiempo.

No se le puede negar a León y a su cambiante equipo -una pasarela en la que entran y salen nuevos protagonistas: consejeros, directores generales y deportivos, allegados y asesores varios...- su capacidad de invención a la hora de buscar salidas a su gran problema. En realidad son muchos -en lo deportivo, en lo institucional, en lo social- pero se resumen en uno fundamental: no paga. La vida del Córdoba de León ha sido una permanente búsqueda de fórmulas para escapar de las facturas. Cuando a la legión de acreedores se suma el personal deportivo, con todo lo que esto implica, es que el asunto se ha ido de las manos por completo.

A finales del verano pasado, el cordobesismo vio con estupor cómo horas antes del inicio de la Liga se marchaban dos de sus estandartes, Pawel Kieszek y Edu Ramos, por no poder ser inscritos. Aquello era culpa del límite salarial, de la herencia recibida, del peaje por la salvación... La afición se tragó la mierda, apretó los dientes y empezó a entender de qué iba la historia. El descenso fue ganado a pulso: actuación lamentable de principio a fin. Lo del Córdoba, sufridor vocacional, es algo nunca visto. La disparatada gestión ha convertido al club en el producto final de una reveladora transición: hace nada se consideraba un fracaso no lograr el ascenso a Primera; ahora se venderá como un éxito pagar las deudas para inscribir a última hora al equipo en Segunda B.

El declive del Córdoba tiene sello de autor: Jesús León. Después del señalamiento de culpables en el exterior -LaLiga, Tebas, González, Oliver, la prensa...- llegó la putrefacción interior. El vodevil del último consejo de administración, con las salidas del secretario Juan Ramón Berdugo y de la asesora jurídica Magdalena Entrenas, concluyó con la llegada al escenario del abogado granadino Rodríguez Zarza como escudo y ariete de León. Dicen sus detractores que el montoreño quiere “morir matando”. Lo de vivir pagando se ve que no es posible. La cascada de despidos entre los trabajadores del club -con mal fondo y peores formas- ha sido la campaña de publicidad más nefasta del Córdoba en muchos hogares de la ciudad. Los futbolistas lloran un día por el descenso y se van a otro club. Para muchas familias no hay segunda oportunidad.

Se avecinan tiempos de juzgados, demandas, papeles ocultos que salen de los cajones, caricias y puñaladas, cambios de guion imprevisibles y una sensación de desconcierto generalizado. Nadie puede entender cómo un presidente puede alardear de una de las mejores gestiones económicas de la historia del club, afirmando que se ingresaron 20 millones de euros, y que esa misma entidad esté haciendo el más espantoso de los ridículos al no poder pagar algo menos de 200.000 euros para poder inscribir a su plantilla a falta de horas para el inicio del campeonato.

El pasado fin de semana empezó la Liga. El Córdoba no sale en la tele, ni en la quiniela, ni en los cromos, ni en los medios nacionales se pronuncia su nombre. Estar en Segunda B le ha evitado el escarnio de verse en el escaparate mediático tal y comó está ahora: descarrilado, balbuceando argumentos sin ton ni son y con muchas puertas cerradas después de haber escupido en las manos de quienes quisieron ayudarle. Vuelve la Liga a El Arcángel. Noventa minutos de fútbol como paréntesis en la tragicomedia cotidiana de un club al que le han robado hasta la ilusión. Que la suerte le acompañe.

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