Vestuarios terapéuticos

Voy a nadar a una piscina pública de Córdoba todos los días, o casi. Es uno de mis momentos favoritos del día, sobre todo la parte del vestuario femenino, que a las horas en las que yo voy, se compone de mujeres no menores de 50 y no mayores de 90.

El agua es terapéutica, pero el vestuario lo es aún más. Es un momento liberador para todas, sólo hay que poner un poco la oreja. La seguridad que te ofrece ese espacio, construido para ellas, en el que todo es lo que parece, en el que nadie quiere parecer ni aparentar lo que no es, en el que nadie tiene que meter tripa ni andarse con pies de plomo por si lo que se dice es hiriente o poco diplomático. En el que no sólo desnudan sus cuerpos, se desnudan de otra manera mucho más íntima, porque se saben protegidas entre mujeres. Mujeres cómplices que se hacen confesiones y se lamen, unas a otras, las heridas.

A pesar de que todo lo que puebla el espacio, son nueve alcachofas en una ducha comunitaria, lavabos y retretes y unos bancos que en cualquier otro espacio no serían acogedores, es SU espacio, en el que lo mismo despotrican de sus maridos, que se sinceran sobre sus hijas e hijos, que presumen de nietas y nietos.

Se ríen a carcajadas cuando una se pone las bragas al revés, cuando otra no puede abrocharse el sostén, o cuando radian a voz en grito que se tienen que ir sin ropa interior porque se la han dejado en casa.

Cicatrices ocupando el lugar de donde debería de haber un pecho, arrugas, estrías, varices, mujeres que no saben lo que es la depilación brasileña, ni jamás se han puesto un tanga, y les da risa sólo pensarlo.

Un universo femenino ignorado y oculto por nuestra una sociedad androcéntrica y machista que ha tenido prisioneras a mujeres maravillosas, pidiendo a gritos salir.