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Un hilo de esperanza para Gaza

Manifestación en Córdoba por Palestina y contra el genocidio en la Franja de Gaza.
27 de septiembre de 2025 20:38 h

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Primo Levi, escritor italiano judío superviviente de Auschwitz, en su obra Si esto es un hombre -memoria de su experiencia como prisionero en ese campo de concentración- decía: “Imaginaos a un hombre a quien, además de sus personas amadas, le quitan la casa, las costumbres, las ropas, todo, literalmente todo lo que posee: será un hombre vacío, reducido al sufrimiento y a la necesidad, falto de dignidad y de juicio, porque a quien ha perdido todo fácilmente le sucede perderse a sí mismo…”.

En Holocausto gitano María Sierra, Catedrática de la Universidad de Sevilla, cita a una superviviente del mismo campo, romaní en este caso, Philomena Franz: “Solo nos quedaba la humillación, ya no nos sentíamos seres humanos, no sabíamos si éramos hombres o mujeres. Auschwitz fue nuestro infierno. Que no vuelva a haber chimeneas como esas”; y a Otto Rosenberg, superviviente del campo de Bergen-Belsen: “Cada tarde una montaña de cadáveres de dos metros de altura. Llegaba un camión con remolque y los conducía al crematorio. Ante este tipo de escenas no sentíamos ya nada. Nos habíamos convertido en seres insensibles.”

En Gaza no hay chimeneas. Tampoco hornos crematorios. Pero en esta guerra, que ya ha provocado más de sesenta y cinco mil fallecidos (posiblemente centenares de miles según algunas fuentes), los gazatíes lo han perdido todo, han sido humillados, vaciados de dignidad y condenados a vivir un auténtico infierno. Los medios de comunicación nos hacen atragantarnos a diario con imágenes de muertes, mutilaciones, niños desnutridos, destrucción de infraestructuras esenciales como los hospitales y la red de agua y saneamientos, operaciones quirúrgicas sin higiene y sin anestesia, plagas de enfermedades ausentes hasta la fecha, disparos contra multitudes hambrientas que acuden a los puntos de distribución de la insuficiente ayuda humanitaria, desplazamientos forzosos,… sin contar con los cadáveres sepultados bajo los escombros, que no podemos ver y que nadie ha registrado. Las víctimas de civiles gazatíes se estiman en más del 80% sobre el total, lo que no parece casual, sino intencional. Bajo la dirección de un gobierno ultraderechista y con un presidente acosado por diferentes causas judiciales, el ejército israelí, uno de los más potentes del mundo y que posee un armamento altamente sofisticado y avanzado tecnológicamente, está llevando a cabo una destrucción sistemática y pormenorizada del territorio de Palestina. No hay que olvidar que a la destrucción total de Gaza se suma la ocupación violenta de Cisjordania por colonos ultraortodoxos radicales. El odio y la falta de piedad se manifiestan también en algunos otros sectores de la sociedad israelí, como familias de colonos -con niños incluidos- que participan en travesías nocturnas en barco para “contemplar” los bombardeos sobre Gaza.

¿Cómo ha llegado a esto un pueblo y una religión que ha sufrido expulsiones a lo largo de la historia, que ha sido víctima del infame Holocausto y que tantas aportaciones ha realizado a la humanidad en la cultura, la ciencia y las artes? En nuestra búsqueda de una explicación racional encontramos, en primer lugar, el miedo a otro holocausto, tras la creación del estado de Israel en tierras de Palestina en 1948, como compensación occidental al pueblo judío, a costa de sus habitantes y rodeado de países árabes considerados hostiles. Podemos entender el temor de la población de Israel; pero el miedo nacional a otro exterminio es una visión configurada y azuzada por el sionismo de los partidos de la derecha y la ultraderecha.

No se acierta a explicar la furia desatada por Israel si no es a través de una intensa campaña político-cultural que, desde tiempo atrás, ha promovido la “cosificación” de los gazatíes y por extensión de todos los palestinos, su consideración como seres infrahumanos a los que hay que eliminar, a ser posible sin testigos, mediante el asesinato de periodistas y personal de ONGs comprometidos. Ciertamente, los israelíes han sufrido guerras terribles y han sido víctimas de crueles y continuos atentados terroristas, el del 7 de octubre de 2023 el más sanguinario de ellos y que desencadenó esta guerra. Pero a estas alturas, después de casi dos años, nadie duda de que las fuerzas implicadas en esta contienda son totalmente desequilibradas y de que el objetivo del gobierno de Netanyahu ya no es acabar con Hamás ni recuperar a los rehenes. La superioridad de Israel, su poderío militar y tecnológico, conseguido con el apoyo de Occidente, ha empujado históricamente a la adhesión de palestinos a grupos terroristas y lo mismo cabe esperar de la actual masacre. La invasión de la totalidad de Palestina y la expulsión de sus habitantes persigue imposibilitar de hecho la creación de los dos estados que en su día resolvió la ONU. Desaparición física, política y jurídica del estado de Palestina y ocupación de la totalidad de su territorio: Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.

¿Cómo ha llegado a este comportamiento una democracia como Israel? En los últimos cincuenta años, tristemente hemos conocido genocidios atroces como los de Camboya, Ruanda o Sbrenica; pero en ningún caso fueron perpetrados por un régimen democrático. El actual es el primero cometido por una democracia y sucede en el contexto de un auge ultraderechista internacional con el presidente de EEUU a la cabeza, único país que podría poner fin a la masacre.

¿Cómo se ha permitido que un estado (Israel) que nació bajo el auspicio de las Naciones Unidas no haya cumplido nunca con las resoluciones que amparaban a los palestinos y que además haya lanzado bombas a países vecinos que supuestamente albergaban terroristas? Por fin, en el plenario de la Asamblea General de la ONU celebrado esta semana, una amplia mayoría de países ha reconocido al estado de Palestina. Nos parece muy importante destacar que ha sido la movilización ciudadana mundial la que ha empujado a muy distintos gobiernos a dicho reconocimiento en estos críticos momentos. Es cierto que difícilmente podrá materializarse esta propuesta en una resolución firme del Consejo de Seguridad, dado el poder de veto de sus miembros permanentes. Muchas voces reclaman la adaptación de la estructura de la ONU a la evolución del mundo desde su fundación hasta la actualidad.

Ante el desprecio del derecho internacional, ante el despliegue de una fuerza desmedida, a pesar del ocaso de las grandes utopías y del ascenso del populismo autoritario, de sus mentiras y su cruel cinismo, como el proyecto de resort en la Franja de Gaza, ante tal grado de deshumanización, la ciudadanía del mundo se ha pronunciado. Como dice Martín Wolf, columnista de Financial Times, en La crisis del capitalismo: “La ciudadanía es el vínculo que une a las personas en una sociedad libre y democrática… Si se rompe este vínculo, la comunidad política democrática fracasará. Su sustituto será una combinación de oligarquía, autocracia o dictadura descarada”. No sabemos si parará a tiempo el genocidio, pero ese vínculo que une a la ciudadanía es un hilo de esperanza.

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