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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

Esa sonrisa

El gato de Cheshire

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El espectáculo que vimos en el reciente debate de la SER entre las candidatas y candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, bastante deprimente, me lleva a reflexionar acerca del papel que desempeñan actualmente algunas mujeres en la vida pública. Doy rienda suelta a mi congoja en una conversación con mi amiga Heide y ella se muestra tan afectada como yo.

Claro, me diréis que las mujeres tenemos el mismo derecho que ellos a ser malas, faltonas, de derechas, poco brillantes. Es más, lo llevamos diciendo las feministas desde hace décadas: la igualdad habrá llegado cuando haya tantas mujeres mediocres en puestos de mando como hombres. Pero en realidad lo decíamos medio en broma, pensando: esto no va a pasar, y en cualquier caso, para entonces, ellas habrán subido el nivel.

Por eso, cuando vi a Rocío Monasterio sonreír con sus blanquísimos dientes mientras escupía su veneno, sentí un escalofrío. Esa sonrisa sarcástica, de superioridad sin motivo, fue lo peor. Más que su impertinencia, su agresividad, su mala educación, su falta de propuestas, su discurso machacón, esa sonrisa de ausencia total de empatía me llegó al alma. Percibí su disfrute sádico mientras el resto de candidatos sorteaba con elegancia democrática la culebra pirotécnica que saliendo de su boca se desplazaba veloz en todas direcciones.

Soy una feminista inocente, lo sé y no me importa. No quiero ser la más lista de la clase ni tener el carné lleno de puntos. Pero, chicas, ¿no os parece dolorosa esta manera de hacer política, sin poner en juego ninguno de los valores que nos han permitido llegar hasta aquí sin derramar sangre?

Históricamente, se citaban los nombres de Margaret Thatcher y de Golda Meir (y, más recientemente, de Angela Merkel) para alegar que el ingreso de las mujeres a puestos relevantes de la política en absoluto conllevaba un cambio de estilo ni de contenido. ¡Pobres Thatcher, Meir y Merkel! Señoras de carne y hueso, de una pieza, con discursos coherentes y llenos de contenido, por alejados que puedan estar de mis propias convicciones. Mujeres políticas duras, firmes, sin apenas florituras emocionales ni temblores de mano, sí señora, pero al menos parecían y parecen seres humanos, educadas en el fair-play político y no autómatas a los que se les ha dado cuerda para que suelten sin pestañear el pobre y limitado contenido de la cinta que llevan en su interior de hojalata.

Artefactos que carecen de conexión con la vida humana, con las personas que tienen enfrente, sin empatía, máquinas exterminadoras a las que les da igual quien caiga. Eso sí, con una gran sonrisa.

Madrid en el corazón.

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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