Santo óleo
Que sepas que esa lágrima de aceite de oliva virgen de primer prensado en frío que estás vertiendo sobre tu tostada sueña que fue olivo, como aquel gato borgiano soñaba con el tigre que fue.
Que sepas que el precio del aceite del que se quejan siempre los productores tiene que ver con decisiones que se toman muy lejos del olivar, de los guantes cortados y de los sabañones.
Que sepas que el aceite del que presumen las Denominaciones de Origen, el que gana extraños premios que le dan eso que se llama “valor añadido”, ése por el que sacan pecho los presidentes de diputación y asociaciones de empresarios, el que recomiendan los chefs patrocinados, el que está en la lata que se quedan los aduaneros del JFK, el que se reparten los socios de la cooperativa, el excedente que etiqueta y exporta una marca italiana…
Ese aceite es muy posible que no venga de aceitunas vareadas por los aceituneros altivos del poeta pastor, sino por temporeros de piel oscura mal pagados que se hacinan a la hora de su escaso descanso en cocherones cutres de aldea y que pueden morir varias veces en una misma vida.
Cómete tu tostada; está muy buena. Pero que sepas estas cosas.
Si no quieres saberlas, no te levantes este primer día del año.
Si no vas a aprender nada, no salgas de la cama ningún día. No te merece la pena.
La pena está en otro lado.
Cerca.
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