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Paradójico mundo este

Juan José Fernández Palomo

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Es bueno, me dicen, consumir productos ecológicos que, sin embargo, son más caros que los productos no ecológicos, por lo tanto, si no me puedo permitir adquirir los llamados “ecológicos”, mi salud se resquebrajará día a día atacada por glutamatos, pesticidas y demás agentes del mal.

Me gustaría cocinar con productos de proximidad, pero mi frutería se ha olvidado de Montalbán y me vende ajos chinos. Mientras, un anuncio navideño en la radio me ofrece comprar en unos grandes almacenes langostinos congelados de Zanzíbar. A Huelva ni la nombran.

Puedo comprar artilugios pirotécnicos en tiendas autorizadas pero no puedo tirar los petardos desde mi terraza. Sin embargo, mi camello afina las precauciones para que no lo trinquen y lo acusen de un delito contra la salud pública; por otro lado, mis colegas y yo nos ponemos hasta las cejas en casita tan ricamente.

Mientras más se conmueve el personal -y con razón- con las noticias de hambrunas que asolan el mundo, más crece y flipa la audiencia de programas tipo “masterchef”.

Cuando creíamos que habíamos alcanzado ciertas dosis de libertad de elección, de expresión o de manifestación, mi gobierno prepara leyes para todo lo contrario. Tal vez, en su designio divino, mi gobierno me prefiere sumisamente rico y no protestonamente pobre. Y trabaja para ello; todo puede ser. “Prohibido prohibir” es un buen ejemplo de paradoja.

El hambriento asno de Buridán se murió entre dos montones iguales de heno y Zenón nos explicó (haciendo un poco de trampa, eso sí) que Aquiles jamás alcanzaría a la tortuga. Paradójico todo.

Y a la postre, como al entrante, la primera, última y mayor de las paradojas: Solo sé que no sé nada.

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