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Así no lo arreglamos

Juan José Fernández Palomo

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A la hora tonta de la sobremesa, cuando tu sangre deja de regar el cerebro porque se traslada hacia el aparato digestivo para poder procesar los alimentos, la televisión pública de este país de camareros emprendedores ha decido programar un espacio al que llaman “solidario” y que responde al nombre de “Entre todos”.

Parece diseñado por un nuevo Frank Capra. En él, tras el melodrama cotidiano de personas que, dicen, son como usted y como yo, se desata la alegría tras los sollozos y aparece el happy-ending catártico cuando los protagonistas consiguen sus pequeños sueños entre lágrimas y sorber de mocos. Todo ello gracias, dicen, a la solidaridad de personas anónimas que llaman al programa (ya dejan de ser anónimas) y prometen aportar algo de dinero y todas las intenciones para que, por ejemplo, Roberto y Mayte monten una pescadería, los hijos de Carmen tengan comida y material escolar, Cristina monte un parque de ocio infantil, Beatriz ponga una tienda de trajes de novia de segunda mano, Marta tenga sus terapias de logopedia y fisioterapia, Cati abra una mercería o Adoración tenga por fin su pierna ortopédica (Todo esto es cierto, lo juro; lo ponen hasta en el archivo de su página web).

Esta especie de maratón vespertino de caridad a la manera de “ponga un pobre en su mesa” está presentado por una señora que se llama Toñi Moreno. Un crack: metida en su papel, está continuamente de pie en medio del plató, con un plasma detrás donde salen los pedigüeños de lo que sea y rodeada de público en directo que jalea, lagrimea, gime o aplaude las llamadas “salvadoras” que van prometiendo ayudas.

La tal Toñi da pasitos hacia atrás y hacia adelante e, incluso, pega saltitos y celebra cada “llamada solidaria” como si Iniesta marcase el gol contra Holanda en Sudáfrica varias veces todas las tardes. Es posible que Toñi acabe con agujetas, pero eso nos da igual, sobre todo si es por una buena causa.

El programa “Entre Todos” (emanado de “Tiene arreglo”, de Canal Sur) se me antoja una ordinariez para los tiempos que corren y para cualquier otro tiempo. Y más programado desde una televisión pública. Se ve que desmantelado el verdadero sentido de lo público, con la sanidad, los servicios sociales, la educación, los comedores escolares, el sistema de becas, la ley de dependencia, el derecho a la vivienda y demás cosas que nos hemos querido asegurar “entre todos” yéndose por el desagüe, nos queda el milagro caritativo del nuevo programa estrella en las sobremesas de la televisión que, se supone, ya pagamos todos.

Lo curioso es que, al final, tengo tan mala conciencia que yo mismo me echo la culpa por no apagar la tele e irme a segar la era, bajar a la mina, releer “La Peste”, de Camus o hacer cualquier cosa provechosa. O, directamente, llamar al programita, aguantar que Toñi pegue un saltito emocionado y me dé paso: “Hola Toñi, guapa, soy Juanjo, me importa un pimiento lo que le pasa a esa pareja que lloriquea. Yo sólo llamo para que Entre todos desaparezca de la parrilla y que la tele a esta hora reponga un bonito culebrón de toda la vida, por ejemplo Quien ama no mata. Ésa es la verdad. Gracias.”

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