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Hijo del descenso, papá del ascenso

Miguel Ángel Luque

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Hace 42 años, nacía en esta maravillosa ciudad, un servidor, en concreto el 29 de septiembre de 1972. Cuatro meses antes, el Córdoba CF consumaba el descenso un año después de haber subido a la primera categoría del fútbol español. Escribe por tanto un hijo del descenso, una persona que sólo conoce el fútbol de primera porque lo ha visto en la tele o ha ido a otros campos, ciudades a contemplarlo. No soy un apasionado del fútbol, como saben, lo mío es el basket, aunque como la mayoría de personas de este país, mi primer contacto con el deporte fue pegando patadas a un balón en la calle, echando pachangas calle contra calle, o si no había suficiente gente, jugando una Provincia (qué viejo soy!). Recuerdo en mi etapa de jugador profesional, cuando jugábamos a futbito con los americanos, lo malos que eran, descordinados, incapaces de hacer un regate, y chutar a puerta era una quimera... los nacionales éramos las estrellas!. Desde niños ya estábamos entrenados.

Y esa cultura futbolística, es capaz de transformar la emoción de un país, de una ciudad, de un pueblo, para lo bueno y lo malo. Si el lunes paseaste por la ciudad, las caras de la gente eran un libro abierto: sonrisa permanente, lenguaje positivo, anécdotas increíbles, buen humor, actitud sobresaliente. ¡Por favor una de ascenso todas las semanas!. En definitiva, en estos días los cordobeses estamos sintiendo por igual, eso es lo que en coaching de equipos conocemos por emoción colectiva y la misma condiciona nuestra conducta, la forma de actuar. ¿qué hubiera pasado si no hubiésemos conseguido la gesta? nuestro comportamiento hubiera sido directamente proporcional a la decepción. Sólo tenemos que revisar los medios de comunicación para ver qué está pasando en Las Palmas... es el espejo de una frustración colectiva.

Para muchos lo del domingo fue un milagro; lo mejor de los milagros es que ocurren, aunque yo más bien lo considero un premio a la constancia, determinación y convicción, lo que provoca no rendirse nunca. Me gusta creer que la pelota que empuja Ulises Dávila al fondo de la red, no fue empujada sólo por el futbolista, sino que 330.000 cordobeses empujaron con su corazón. La emoción venció una vez más a la razón.

42 años después, el hijo del descenso se ha convertido en el papá del ascenso, una nueva etapa que muchos cordobeses vamos a experimentar por primera vez. Las emociones colectivas tienen una componente clave, su alto grado de contagio. Desde aquí apuesto por un año repleto de emociones colectivas inspiradoras que alcancen a todos y cada uno de los que aquí vivimos, y que nos haga disfrutar del momento, al menos es lo que voy a trasladar a mis hijos, como Papá del Ascenso en que las circunstancias me han convertido. BE TIM.

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