Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
Una hormiga en instagram
Lo vengo avisando desde el año pasado: se acaba agosto, se acaba el verano. Lo del cambio de estación es un puro formalismo. Con septiembre llega el otoño de la diversión; vuelve la vida real. Este año, con la cara descubierta en las calles y el pasaporte covid en regla, más real aún.
Lo ocurrido desde junio hasta aquí ha sido un espejismo de gente guapa junto al mar o en la montaña perfectamente encuadrada en sus stories y muros de Instagram. Un paredón virtual en que el todo el mundo dispara likes y sonrisas, aunque por detrás critique más que un tertuliano televisivo. Pero ¿qué importa que rajen de una si las notificaciones del smartphone te traen cada mañana el aplauso colectivo? No se engañen, dice la Psicología que el cariñito virtual refuerza nuestra socialización y nos hace mejores personas (siempre hay quien ve la botella media llena).
Hay además otra ventaja social, o más bien productiva, en ese empeño por desparramar nuestra intimidad veraniega en las redes sociales. Ya no es necesario perder el tiempo viendo las fotos o escuchando las batallitas estivales del resto de compañeros, basta con un comentario sencillo (“te he ido viendo en las redes”, “no has parado ¿eh?”, “qué bonito el pueblo aquel”) y todo el mundo al tajo.
Yo, que les he ido dando la turra desde este blog y, aún más, desde mi perfil en Instagram, les voy a resumir el verano para ahorrarles el tiempo por si nos cruzamos por la calle y siento la tentación de volver a contarles mis vacaciones.
- Capitales visitadas: 6 (Córdoba cuenta porque en agosto parece otra).
- Pueblos costeros pateados: 7 (meto en la suma Torremolinos, aunque al final decidiéramos cambiar el paseo de la tarde por una sentada con vino blanco en la terraza de casa).
- Pueblos de montaña recorridos: 1,5 (Medina Sidonia no tiene montañas, pero sí un hartón de cuestas, así que lo dejo en un 50%; lo de Cazorla no deja margen a la duda).
- Islas revisitadas: 1.
- Conciertos disfrutados: 2.
- Noches de teatro: 1.
- Baños en pelotas: 1´5 (el de El Palmar cuenta como baño, el de la ría de Pontevedra, a esas temperaturas, por mucho que sea en el mismo océano, queda reducido a la categoría de chupito).
- Noches completas bajo las estrellas: 1.
- Baños en río: 1,25 (el de la primera parada no pasó de la pantorrilla (0,25); el de la segunda, en una poza azul y solitaria no se lo hubiera saltado ni la mismísima Brooke Shields).
- Paseos en barco: 2 (1 en velero con vomitera incluida y 1 en ferry sin problema alguno de salud, lo que vuelve a probar mi incompatibilidad con una vida de glamour y lujo).
- Kilómetros al volante: 6.017
- Nivel acumulado de alcohol en sangre: vaya usted a saber.
TOTAL DE FELICIDAD: la suficiente .
Con esa cuenta de resultados está claro que, por ahora, de los veranos de la nueva normalidad gana por goleada el de 2021. Probablemente porque nos hemos cobrado en él la deuda de 2020. Así que, nacida hormiga como nací y moriré, ya estoy lista para sobrevivir al duro invierno.
Feliz curso nuevo; no se olviden de abrir la puerta a las cigarras cuando apriete el frío y déjense de moralejas.
Sobre este blog
Hay quien tiene que aprender a vivir con los pies demasiado grandes o la nariz exageradamente puntiaguda o unos ojos minúsculamente dibujados en su rostro. Yo hace años que acepté mi patológica propensión a espiar a la gente, a meterme en sus conversaciones, a observarla, a escuchar atenta la sabiduría de la calle. Al principio ocultaba mi defecto de la misma forma que mi vecino del tercero usa zapatos de vestir que disimulen su talla 48 de pie; o mi seño Doña Matilde usaba gafas de aumento para hacer crecer su mirada. Llegué incluso a crear un seudónimo bajo el que esconderme. Me hice llamar Mujer Cero. Con la edad, claro, he aprendido a disfrutar de esta tara que arrastro desde la infancia. En Cordópolis he salido del armario y he decidido profesionalizar mi propensión al espionaje, convirtiéndome en la Agente Lázaro, una cotilla en la city. Si nos cruzamos por la calle, disimulen, les estaré observando.
0