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Feliz incoherencia

Elena Lázaro

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Hay un tendero en mi calle que se hace llamar Mohamed -yo creo que usa ese nombre porque sabe que en este barrio con su aspecto y su acento no le iban a llamar de otra manera- que se ha pasado las dos últimas semanas repitiendo el mismo deseo a cada cliente que se ha dignado atravesar la puerta de su comercio: “Feliz Navidad, señora; feliz Navidad, caballero; feliz Navidad, chica; feliz Navidad, chaval”.

Ha decorado Mohamed con luces y espumillón su pequeño bazar y ha adornado su eterna sonrisa con una mezcla de dulzura y sumisión con la que parece pedir perdón cada vez que felicita las fiestas. Lleva más de una década en el barrio y es el único africano en un negocio dominado por los chinos. Le gustan estas fiestas. Los clientes parecen estar de mejor humor y todo el mundo gasta a diestro y siniestro, pero hace un par de días alguien le preguntó como un “moro” celebra la Navidad.

Hay una vecina en mi barrio que se hace llamar Agente Lázaro que se ha pasado las dos últimas semanas felicitando las fiestas y cantando villancicos. Declarada atea ha recibido un par de broncas por incoherente. Al parecer si no comulgas con la ley del Dios cristiano pierdes el derecho a pasar los días en familia, salir con los amigos o hacerte monárquica el 5 de enero. Y esto es algo que te recuerdan tanto tus amigos creyentes como los apóstatas.

Esta agente que es un poco menos mansa que Mohamed no ha agachado la cabeza y pedido perdón por desear paz y amor. Se ha limitado a recordarle a los primeros que si siguen a pies juntillas las leyes de su Dios empiecen por pinchar todos los condones que atesoran en el cajón de su mesilla y continúen por vaciar sus cuentas bancarias para entregar sus ahorros a quienes lo necesitan. A los segundos, les ha informado de que deben renunciar a tener manía o inconfesable superstición alguna y que les está vedada la posibilidad de cambiar de gustos: si eres de los Rolling no escuches a los Beatles y si te molan las pelis de Garci ni se te ocurra disfrutar con Almodóvar.

Total: unos y otros condenados a perecer en las llamas de una vida plena de coherencia. ¡Feliz infierno!

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