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Whisky y cigarrillos

Luis García

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Gracias al whisky, a la literatura y al cine sabemos que Hollywood es lo que ocurre cuando Los Ángeles duerme. El whisky empapaba la literatura y la literatura empapaba el cine con unas historias que se llamaron negras a pesar de su fuerte azul melancolía o del tacto rugoso y grisón de los perdedores natos. Hace décadas, seis o siete, que el cine negro, como Hollywood, es algo que sólo ocurre cuando Los Ángeles duerme. Un género en estado de extinción, un animal inadaptado al que los tiempos modernos vaciaron por dentro, dejándolo sin posibilidad y sin necesidad de futuro. No nos engañemos: hoy Bogart estaría en el paro; y Mitchum; y Edward G. Robinson, al que como mucho le dejarían pronosticar el tiempo de una televisión local... Hoy tenemos a Robert Pattison, a Daniel Radcliffe, a Ashton Kutcher... ¿quién necesita tipos con el hígado hecho fosfatina y la cara como una chufa?

Por eso uno contempla L.A. Confidential, tal y como el que arriba suscribe hizo esta semana, y tiene la sensación de encontrarse ante una digresión, un sueño, algo que en realidad no ocurre, que te rompe el día y que no tiene ni un sólo hueco entre los vampiros enamorados, los marcianos, los imbéciles y los impostores. Está pasada de moda. Es demasiado buena y demasiado dura.

L.A. Confidential tiene su origen literario en alguna resaca de James Ellroy, el último aliento del género después de que la espicharan Hammet y Chandler, y con ellos, tipos tan irrepetibles como Philip Marlowe o Sam Spade. Y de repente uno se da cuenta que un director que tira hacia la medianía, Curtis Hanson, nos saca de la abulia de nuestra época y nos mete, a patadas, en un mundo sin maquillar extraviado en los años cincuenta, a manzana y media del Paseo de las Estrellas, y lleno de policías duros, de policías listos, de policías ambiciosos, de rubias duras, listas y ambiciosas, de ricachos horteras, de disparos, de lluvia, desánimo, tristeza y corazones que laten como tantanes anunciando la desgracia. El argumento es, como la vida, una complicación, y los personajes están moldeados con un barro que, aunque pringoso, es material noble y humano, y las situaciones tienen el olor y el amarillear del buen cine.

Todo en L.A. Confidential es bueno. Sus intérpretes, incluso maravillosos. Kevin Spacey, Russel Crowe, Guy Pearce, Danny De Vito... Todos salvo ella, Kim Basinger, que está literalmente memorable en el papel de Monument Valley, de rubia que se te pega a las costuras del cerebro, de mujer fatal que te clava al corcho del deseo, la “chica”, la grande, los pares y el juego... Aunque sólo fuera por ella, L.A. Confidential es una película inolvidable. Pero es que hay mucho más. Y todo al módico precio de un par de horas dedicadas al inexplicable ejercicio de recordar con nostalgia un pasado que no nos ha pasado ni de cerca.

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