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Sangre en la pista de baile

Luis García

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En esto que los modernos llaman “cine contemporáneo” existen dos orejas fundamentales. Una de ellas, la encontrada por un jovencísimo Kyle MacLachlan en Lumberton, resultó clave para que por fin entendiera que David Lynch es ininteligible. La segunda, arrancada por Michael Madsen a un policía indefenso en un hangar abandonado, supuso el debut de un director llamado a marcar una nueva forma de entender el cine. Kirk Baltz, entonces (y ahora) anónimo actor que se ganaba la vida haciendo pequeños papeles de figuración, no olvidará los dos días que pasó atado a una silla con el maquillaje derritiéndosele alrededor de esa oreja que lo convertiría en una anónima celebridad. Él podrá mostrar a sus nietos que pasó a la historia del cine como el protagonista de una de las escenas más salvajes, recordadas y controvertidas jamás vistas.

Pocas imágenes permanecerán tan indelebles en nuestra memoria como aquellas que no llegamos a ver: el ataque de Los pájaros, el parto de La palabra o la omnipresente figura de la difunta Rebeca. A este ramillete podemos añadir otro de los fuera de campo más terribles que se han rodado en celuloide, la mutilación de ese desgraciado policía a manos de un excesivo Señor Rubio al ritmo de Stuck in the middle with you, de Stealers Wheel. Esta secuencia, de insostenible dramatismo, es la muestra más virulenta del talento de Quentin Tarantino para trabajar sobre lo que sucede más allá de la pantalla, para construir una obra maestra a partir de un enorme fuera de cuadro que nace y se desarrolla en torno a un hecho, un atraco, que permanece oculto a nuestros ojos y que en un admirable ejercicio de dirección de actores queda mostrado a través de lo que transmiten las interpretaciones. Son ellas las que consiguen que, al final del film, tengamos la extraña impresión de conocer lo que ha sucedido tan bien como si lo hubiésemos visto a través de un agujero.

Reservoir dogs es, por muchos motivos, un film excepcional. Y a pesar de las muchas influencias y los varios plagios directos que si duda la componen, estamos ante una película absolutamente original que consigue revisitar el género negro típico de los años cincuenta adaptándolo (y volved a la primera línea de este escrito) a una narración contemporánea de ritmo absolutamente moderno mediante una pirueta que le permite realizar una trepidante película de acción en la que apenas hay acción.

Reservoir dogs basa gran parte de su potencial en el trabajo de esos grandes actores (que no estrellas) y en un guión sólido cuyas escasas fisuras quedan perfectamente maquilladas por unos diálogos contundentes y unos protagonistas bien matizados que eluden todos los arquetipos conocidos. Unos personajes que se desarrollan en ese teatral gran escenario que es un almacén teñido irrealmente de tonalidades verdosas y azuladas que Keytel, Roth, Penn y demás ralea inundan con su interminable verborrea, donde las palabras se imponen al pensamiento y se constituyen en el asidero de este grupo de hombres de la vida que hablan para convencerse de que siguen existiendo.

Aunque solo sea por ese magistral ejercicio de inhibición narrativa, por esa panorámica que se dirige al techo y que nos deja contemplando un enorme vacío mientras escuchamos los terribles alaridos del desdichado cautivo, por esos eternos momentos en los que no sabemos exactamente qué está ocurriendo, por Madonna, por Van Gogh o por el supersonido de los setenta, merece la pena detenerse ante esta fenomenal película.

Además, y seamos sinceros, todo el que haya sido multado alguna vez disfrutará de un modo u otro con esa fantástica escena.

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