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La poco conocida historia de un cervantino patio, la Posada del Potro

Posada del Potro

Rafael Ávalos

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Son muchos los lugares especiales con que cuenta Córdoba. Unos lo son por su gran valor patrimonial y arquitectónico, otros gozan de importancia en el plano emocional. Y los hoy también que comparten ambos hechos en su relevancia. Sin embargo, existe disparidad en cuanto a fama o repercusión entre los distintos edificios singulares de la ciudad. Ninguno es capaz de hacer sombra, por supuesto, a la Mezquita Catedral, el principal monumento de la capital y, por decirlo de alguna forma, la joya de corona en el apartado histórico y turístico. Dentro del amplio repertorio de escenarios a visitar se encuentran los patios, y encuadrado en la extensa muestra que de ellos hay está uno muy peculiar. No es otro que el perteneciente a la Posada del Potro, un inmueble tan emblemático como probablemente de escasa notoriedad globalmente. Pues bien, sus muros son testigos de una historia ligada a la literatura y a la vez poco conocida.

Dicho edificio está enclavado, con todo, en uno de los rincones con más solera dentro del casco histórico de la ciudad. Es precisamente la plaza del Potro, así llamada por la fuente presidida por un joven equino, que como se ve también da nombre al recinto de turno. Al otro lado del lugar se halla además otra construcción de enorme valor, y en todos los sentidos: arquitectónico, histórico y emocional. Se trata del Museo de Bellas Artes y también de Julio Romero de Torres, que precisamente fue casa de la familia del insigne pintor cordobés. El autor de la Chiquita piconera, entre otros lienzos, y un reputado artista a nivel nacional, lo que ejemplifica su amistad con Valle-Inclán, vivió en un inmueble con origen en el siglo XIV y que muchísimo antes, en torno a la época citada, fue hospital de caridad. Curiosamente en su fachada una placa de azulejos refleja un hecho de interés.

La visita de Miguel de Cervantes y Saavedra a la ciudad y mucho más la transmisión de este lugar en la novela más importante de la literatura universal quedan recogidas en la pared de tan relevante edificio. Y de ahí, a la Posada del Potro, que bien puede tenerse como patio cervantino por su aparición, en efecto, en El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Pero el detalle esencial en este caso es el uso que en su día tuvo el mencionado inmueble, cuyo exterior muestra el típico blanco de cal de buena parte de su centro histórico. Porque este escenario fue antaño una mancebía. O dicho en la actualidad, un prostíbulo o un burdel. Durante años, ésta fue la funcionalidad de una vivienda vecinal muy posteriormente que en forma asemeja a los míticos corrales de comedias de los siglos XVI y XVII. Ocurrió, de hecho, a lo largo de mucho tiempo, pues se tiene en consideración que esta circunstancia continuó hasta el XIX.

“Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que entre la gente que estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del potro de Córdoba, y dos vecinos de heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada y maleante y juguetona, los cuales casi como instigados y movidos de un mismo espíritu se llegaron a Sancho, y apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la cama del huésped, y echándole en ella alzaron los ojos y vieron que el techo era algo más bajo de lo que habían menester para su obra y determinaron salirse al corral que tenía por límite el cielo, y allí puesto Sancho en mitad de la manta comenzaron a levantarse en alto, y a holgarse con él como con perro por carnestolendas”. Es el fragmento, por ejemplo, del capítulo XVII de la parte primera de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. En este extracto se refleja el ambiente un tanto obsceno y de vida disoluta que existía en la Posada del Potro. 

El motivo de que fuera una mancebía tan emblemático edificio de la ciudad, o uno de ellos, está curiosamente en la prosperidad de la antigua collación en que se hallaba. Se encontraba en San Nicolás de la Axerquía, que ahora forma parte del barrio de San Francisco, y entonces dicha zona tenía enorme actividad. Viajeros, comerciantes o feriantes acudían a este emplazamiento y más aún a la antaño llamada calle Mesones, que es la actual Lucano y que corta la propia plaza del Potro. Había un auge de todo tipo de establecimientos, entre ellos hoteles y hostales, pero también del tipo que lo era la Posada del Potro. Durante diversas etapas, además, era éste un escenario de prostitución, lo que venía a entrelazarse con el flujo de individuos de todo pelaje. Tras todo aquello, sí se convirtió en casa vecinal, pero no fue por mucho tiempo, por lo que durante el siglo XX cayó en el ostracismo. Su restauración y recuperación se debió, sobre todo, a la acción de Manuel Salcedo Hierro, cronista de Córdoba que lo fue, en su cargo de teniente de alcalde de Cultura.

Hoy por hoy ofrece una imagen magnífica de este estilo de inmuebles y representa un rincón de incalculable valor arquitectónico e histórico, incluso sentimental. Tras todo ello se esconde una historia poco conocida, la de la larga etapa en que fue burdel y punto de paso para personajes de muy distinta clase. También está oculto para la inmensa mayoría tras su actual uso. Desde 2005 alberga el Centro Flamenco Fosforito y es escenario esencial para el cante jondo, en sus muchas vertientes. Por supuesto, el nombre sirve de homenaje al artista Antonio Fernández Fosforito. Durante el Mayo Festivo, y más si cabe durante el ya centenario Concurso de Patios, los visitantes tienen una oportunidad única para conocer sus entrañas. Y también la decoración con plantas que enriquece la vista.

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