De la pureza a la electrónica: oda al flamenco más diverso
Uno de los comentarios que más he escuchado durante esta semana ha sido que la Noche Blanca ha fracasado precisamente por su notorio y gran éxito. Pocos eventos aglutinan a tal multitud alrededor del flamenco. Anoche, tras varios años sin su realización, pudimos volver a congregarnos en torno a su decimotercera edición. Volvimos a sacar nuestra indumentaria blanca, a las callejuelas plagadas de aficionados cantando, a llegar corriendo de una plaza a otra y, por supuesto, volvimos a perdernos de nuevo.
Volvimos a Volver, cuplé por bulerías indisoluble a la cantaora que dio inicio a la noche, Estrella Morente. Ante unas Tendillas donde apenas un alfiler podía abrirse paso, abrió su espectáculo con una caña que acabó por fandangos abandolaos, por supuesto con el sonido tan peculiar, amable y fresco que caracteriza a la familia Morente. Un repertorio que bien trasladó a los asistentes, entre los que se encontraron algunas instituciones como el alcalde José María Bellido, a lo más profundo del Albayzín, caracterizado por los tangos y la zambra. La cantaora se mantuvo arropada sobre las tablas de algunos de sus familiares como el guitarrista José Carbonell Montoyita, además de un magnífico elenco de músicos con Las Negris como guinda del pastel. Efectivamente, la “cosa” quedó en familia y es que en distinto escenario, junto a la iglesia de Santa Marina, actuó su hermana, Soleá Morente, quien combinó el pop rock junto al flamenco ajustado a su personalidad.
La Posada del Potro recobró su protagonismo en esta edición convirtiéndose en un espacio que, tras las muchas críticas merecidas del panorama flamenco de Córdoba, aboga por una Noche Blanca con mayor representatividad de artistas cordobeses. Así nacie Córdoba Flamenca, una programación que se desarrolló en paralelo a los espectáculos de la Noche Blanca, permitiendo a artistas como Alfonso Linares, Lucia Leiva o Rosa de la María formar parte de este gran evento. Destacó el número de Manuel Jiménez Montes y su grupo, quienes apostaron por homenajear a los antiguos, pero también por visibilizar la diversidad que posee el flamenco trayendo como artista invitado a José Chofles, el joven bailaor con síndrome de Down indispensable para cualquier buen fin de fiestas. No sólo en el flamenco, también la moda llevaba firma cordobesa, y es que Palomo Spain fue el encargado de vestir en parte a esta figura del baile cordobés que pronto dará mucho que hablar.
Contra todo pronóstico, tras una semana con temperaturas propias de pleno verano, el calor nos dio tregua abriéndose camino un tiempo agradable aunque cargado de viento, como dijo Benítez con mucho salero. “Está la noche para volar cometas”, apuntó. Este hecho dificultó la visión de las actuaciones de Ezequiel Benítez y José Valencia. No obstante, la Plaza de San Agustin fue, sin lugar a dudas, el espacio que congregó a la afición más honda y purista, una plaza no tan abarrotada como en anteriores ediciones a la que poco a poco se sumaron más espectadores. Benítez se encargó, junto al joven guitarrista Paco León, de caldearle el ambiente a Valencia, repasando una gran variedad de cantes. Hizo un recital muy ameno mientras se mantuvo cercano al público, quien no paró de pedirle fandangos hasta que los cantó.
El lugar que reunió a un mayor número de personas fue, junto a Tendillas, la Plaza de la Corredera, donde Argentina fue la anfitriona. En esta, su tercera ocasión que actúa en la Noche Blanca, la cantaora onubense se metió al público en su bolsillo desde el primer minuto cantando una versión por bulerías de Córdoba, del grupo Medina Azahara. Su repertorio fue muy afable, cargado de cantes alegres como tanguillos de Cádiz, guajiras y mucho soniquete cubano, aunque no dejó atrás la solemnidad de los cantes como la soleá o la granaína y verdiales.
Procedente del seno de una de las familias más flamencas del panorama, los Habichuela, Lucía Fernanda debutó en el cine de verano Fuenseca. Su música se aleja del flamenco tradicional para fusionarlo con el pop y sonidos electrónicos. Su espectáculo estuvo enfocado a un público más juvenil y el resultado fue excelente por ser sus rumbas un medio para captar adeptos que profundicen en el flamenco más hondo que podían encontrar en el entorno de la Axerquía.
Esta decimotercera edición de la Noche Blanca ha reflejado la versatilidad del flamenco y su profunda capacidad para adaptarse a cualquier sonido o música distinta. Así lo han demostrado artistas como Hamid Ajbar, la compañía Chicharrón Circo o la anteriormente mencionada Lucía Fernanda. Al mismo tiempo, también se vio la esencia y germen del cante y el baile más verdadero de la mano de artistas como Dani de Morón o Farru, quien además de mostrarnos sus habilidades para el baile, nos presentó sus facultades para el cante, o Diego Amador y José María Bandera, con su reminiscencia a la más profunda hondura y frescura del maestro Paco de Lucía.
Lin Cortés puso el broche de oro en el Alcázar a una noche donde lo menos flamenco fue la puntualidad, británica y rigurosa en todos los escenarios. Con la misma premura debe darse la próxima Noche Blanca, la cual ansían los aficionados al flamenco, pues tras el parón de estos últimos años a causa de la covid-19, tan sólo una noche nos deja con la miel en los labios.
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