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El “pellizco” no buscado en el viaje de una bailaora: la pelea entre la maternidad y el baile

Carmen Ureña

Juan Velasco

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Estar en el parque pensando en poder ir al estudio, y estar en el estudio pensando en las horas que no está pasando con su hijo en el parque. Este dilema se incrustó en el alma y el cuerpo de la bailaora Carmen Ureña (Córdoba, 1998) cuando decidió seguir con su carrera artística después de quedarse embarazada a los 20 años.

Y el suyo es un caso que viven muchas bailaoras o cantaoras de flamenco, pero del que, a su juicio, no se suele hablar demasiado. “Yo siento un pellizco cada vez que me voy y lo dejo en Córdoba, y eso que se queda con mis padres”, explica Ureña, que estos días está precisamente en Barcelona, trabajando en los tablaos con su pareja, Ángel, también bailaor.

Ese pellizco le lleva acompañando desde hace cinco años, cuando nació su hijo. Y es el motor creativo de su espectáculo Mi Eje, estrenado hace unos días en el Quiosco de la Música de Córdoba, en el marco de Planneo al Fresco, el programa cultural estival de la Delegación de Juventud del Ayuntamiento de Córdoba.

Según explica, es una pieza de danza en la que ha volcado todo, abriéndose en canal. Y en ella también hay mucho de la propia Ureña, que comenzó a bailar desde muy pequeña, cuando sus padres la inscribieron en una academia de baile flamenco, que compaginó con la gimnasia rítmica.

En aquel entonces, ya tuvo una pausa no buscada. Un problema de cadera la apartó de la gimnasia y la devolvió al baile flamenco, esta vez con una convicción renovada. Luego vino la otra pausa, la mejor decisión de su vida, en sus propias palabras, aunque conllevara redoblar esfuerzos para poder seguir cumpliendo su sueño de bailaora profesional.

Tener que desarrollarse fuera de Córdoba

Algo que no tiene muy claro que fuera posible sin el apoyo de sus padres y de su pareja. Pero sobre todo por la mirada y la paciencia de su propio hijo, expuesto a la vida de los muchos flamencos cordobeses condenados a emigrar para trabajar fuera, ante la falta de oportunidades que ofrece la propia ciudad, que no ha sido capaz de mantener una red de tablaos consistente.

“Es una pena que en Córdoba no nos podamos desarrollar artísticamente,” lamenta Carmen, quien se plantea seriamente abrir su propio tablao en Córdoba, con la esperanza de crear un espacio donde puedan prosperar y compartir su arte sin tener que abandonar su tierra.

Sería, desde luego, un gesto perfecto para su pequeño, que tiene una relación ambivalente con el flamenco. “Cada vez que se va su padre o me voy yo, hace un calendario y va tachando días”, relata Ureña, que añade que esta mirada es parte del origen de su espectáculo, recientemente estrenado. Aquel día, en primera fila, por supuesto, estaba el corazón de Mi eje.

Bailar distinto

El impacto emocional de tener a su hijo en el público fue inmenso para la bailaora, que reconoce que, mientras bailaba, sintió una conexión especial, como si cada movimiento estuviera dedicado a él. “Estaba llorando, de verdad”, recuerda sobre un show que siempre tuvo en mente retratar con su cuerpo el viaje emocional y las dificultades que enfrentan muchas mujeres en el mundo del arte. 

Eso, sin olvidar a su pareja, quien también sufre cada vez que tiene que marcharse a bailar fuera. “Yo esto lo he hablado con Ángel: creo que no bailamos igual desde que somos padres, porque ahora tenemos otro tipo de conciencia. Y, en el flamenco, en el arte en general, nosotros nos movemos mucho emocionalmente y las emociones, cada vez que estamos fuera, son diferentes y eso hace que el arte se desarrolle de otra manera”, concluye.

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