Un 'Movimiento' hacia plazas grandes
Tiene el guitarrista Luis Medina tres cosas que le emparentan directamente con el maestro Vicente Amigo. La primera, una misma escuela, ya que ambos estudiaron con El Tomate; la segunda, su silencio: son muy poco dados a la palabra; la tercera, y quizá la clave, es que, al igual que Amigo, Medina tiene la misma capacidad de geolocalizar su fraseo guitarrístico en unas coordenadas específicas.
Medina suena 100% cordobés. Aunque, entre las videoproyecciones que enfocaban el Teatro Góngora este sábado hubiera anhelos de mares y tierras lejanas, la música que emana de la guitarra de Medina suena a adoquín, a plaza y callejón a la sombra.
Movimiento, su primer disco, ha caído como un soplo de aire fresco, de esos que se cuelan precisamente por las callejuelas. Concebido como un disco de guitarra y cante, Medina ha debutado con una filigrana, un recorrido por palos y canciones (algunas propias, otros tradicionales) en el que hay una comunión perfecta entre los dos guitarristas que habitan en el tocaor: el solista y el acompañante.
Movimiento es un bastinazo de disco. Y, consciente de ello, para trasladarlo al escenario, en su primer concierto, Medina ha querido involucrar a buena parte de la nómina de colaboradores, sin los que el disco quizá solo existiría en la cabeza del guitarrista. Así que, ahí estaban: el percusionista Javier Rabadán y el bajista Juanfe Pérez (verdaderos impulsores de este trabajo), y tres voces: Jesús Corbacho, Rafa del Calli y José del Calli (este último, haciendo suya la voz de su padre, El Calli, fallecido poco después de grabar el disco).
También estaba el bailaor Álvaro Paños, que ha coloreado el tramo final del concierto y cuya presencia ha sido de las más jaleadas de la noche. Claro que, para cuando se ha levantado y su figura se ha ido al centro del escenario, el directo ya había salido de la zona de confort.
Medina y los suyos han pecado de un poco de falta de dinamismo en el arranque, que han suplido interpretando de entrada dos de los mejores temas del disco El rinconcillo (una soleá dedicada a Paco de Lucía) y Plaza grande (un abandolao dedicado a la plaza de la Corredera). Para la cuarta canción, en el escenario ya había compenetración total y el resto de concierto ha ido cuesta abajo en un movimiento suave
El segundo tramo, entre alegrías y bulerías, ha salido rodado, con la banda en comunión perfecta y un Medina como maestro de ceremonias tan metido en la música que no ha dicho una palabra hasta que ha tocado presentar a la banda. E incluso entonces ha tenido que salir Jesús Corbacho a recordar que lo que había metido a la gente en el teatro no era otro que Luis Medina, quien, con un poco de suerte, está llamado a la gloria en las plazas grandes.
En su despedida, Medina, ya totalmente solo, ha tocado una minera, Cielo abierto, que ha sonado a nana. Había embrujo y el público estaba con el guitarrista, mientras el guitarrista estaba absorto en cada movimiento que ejecutaba. Así, hasta el último acorde. No le ha dado tiempo ni a dar las gracias, cuando la ovación ha envuelto el teatro.
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