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IV centenario del pintor Antonio del Castillo. Su formación en Córdoba (I)

Traslado del cuadro de San Rafael, obra de Antonio del Castillo | RAFAEL MELLADO

Redacción Cordópolis

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Por Manuel D. Pérez Lozano Profesor Titular de Historia del Arte. Universidad de Córdoba

Tal día como hoy, un 10 de julio del año 1616, hace ahora 400 años, era bautizado en el Sagrario de la Catedral de Córdoba un niño llamado Antonio, hijo del pintor Agustín del Castillo y de Ana Guerra, su mujer. Ana era cordobesa, pero su esposo tenía orígenes extremeños, nacido en Azuaga, hijo de Antonio Mathias, abogado de ascendencia portuguesa. Agustín había llegado a Córdoba a principios de la segunda década del siglo XVII pues, como muchos artesanos y artistas, por estas fechas se desplazaban a ciudades importantes en las que por la expulsión de los moriscos (1609), había mermado la mano de obra especializada.

Antonio fue el primogénito de los cuatro hijos que tuvieron Ana Guerra y Agustín del Castillo, quienes se habían casado en el Sagrario de la Catedral el 22 de julio de 1613 y por los padrinos del enlace, imaginamos a Agustín bien relacionado con el importante gremio de plateros cordobeses.

El matrimonio residió siempre en unas casas de alquiler junto al Arquillo del Arcediano, una antigua puerta de la Judería, cuyos arcos en recodo aún se pasan al comienzo de la actual calle Averroes, entre el Museo Taurino, el Zoco municipal y la parte trasera de la Facultad de Filosofía y Letras. Junto al arquillo salía una calle barrera (sin salida) donde el Cabildo de la Catedral poseía diversas casas para arrendamiento. Toda esta trama urbanística desapareció con la construcción del Hospital del Cardenal Salazar en el siglo XVIII y, por tanto, el lugar donde nuestro pintor debió nacer y vivir sus primeros años corresponde hoy día a un espacio situado dentro del perímetro de la Facultad de Filosofía y Letras, próximo a la zona donde aparcan sus bicicletas nuestros estudiantes y próximo también a la capilla mudéjar de San Bartolomé, que forma parte igualmente del edificio universitario.

Como bien ha estudiado Howard Gardner, los genios artísticos suelen venir estimulados por un aprendizaje precoz que permite un más profundo desarrollo de las habilidades necesarias para el triunfo artístico. Como Rafael de Urbino, Mozart, Picasso y muchos otros, el hecho de tener progenitores que prontamente inicien a sus hijos en el arte, favorece el que alcancen la categoría de genios. En cierta medida, así debió suceder con Antonio del Castillo, familiarizado con el arte de la pintura desde su niñez. Aunque la muerte de Agustín ocurrió cuando Antonio sólo tenía dieciséis años, fue tiempo más que suficiente para formar a un despierto aprendiz, recuérdese, por ejemplo, que Diego Velázquez se examinó de maestro de la pintura con sólo dieciocho años. Y de seguro que los rudimentos del arte de Antonio del Castillo fueron heredados de su padre.

Por la documentación existente, mucha de ella recogida en el Registro documental de pintores cordobeses (Córdoba 1988), de José de la Torre y el Cerro, conocemos la actividad como pintor de Agustín, quien en el mismo 1616, recibía como aprendiz a Juan Reinaldos. En 1620 arrendaba una casa en la calle de la Feria para poner taller y tienda y ese mismo año recibía otro aprendiz llamado Joseppe de Mora. También en 1620 contrataba junto con el pintor ubetense Juan Esteban de Medina, el dorado y pintura al fresco de la bóveda del presbiterio del convento franciscano de San Pedro el Real, hoy parroquia de San Francisco. Allí se comprometía también a pintar sendos lienzos con los temas de la Impresión de las llagas de San Francisco y otro sobre El jubileo de la Porciúncula. Por estas pinturas se otorgó carta de pago sólo a Agustín el 3 de octubre de 1622. Hace unos ocho años pude identificar ambos cuadros que todavía se encuentran en la parroquia de San Francisco, situados ahora a los pies de la nave principal. Son de gran tamaño y sus composiciones están basadas en estampas que reproducen estos temas, inspiradas en cuadros del pintor italiano Federico Barocci. Son las únicas pinturas que hoy día podemos adjudicar con certeza a Agustín del Castillo, si bien, como se indicaba en el contrato inicial, pudo contar con la colaboración de aprendices.

Entre los aprendices conocidos de Agustín, estaba también Juan Luis Rodríguez, hijo de Álvaro Sánchez, vecino de Morón de la Frontera. Pero lo curioso es que de este pintor no tenemos un contrato de aprendizaje, sino un “distrato” (un documento de ruptura de contrato). El 11 de agosto de 1623, Agustín del Castillo rompía su relación por incumplimiento de tiempos, y solicitaba a Juan Luis Rodríguez una compensación económica. En dicho documento se declara que Juan Luis tenía veintidós años, un poco mayor para ser todavía aprendiz. El documento, además de por escribano, sólo recoge la firma de Agustín del Castillo Saavedra y no la de dicho Juan Luis Rodríguez.

Un año más tarde, un pintor que figura como Juan Luis en la escritura y en la firma del documento, pero natural de Morón de la Frontera e hijo de Álvaro Sánchez y de María Ramírez, difuntos y naturales también de Morón (localidad con gran abundancia de moriscos) firma, ahora sin apellidos, la carta de dote y arras que otorga a su esposa Juana de Espejo Villafranca. En 1627 este mismo pintor, ya maestro en dicho arte, rubrica un contrato de pinturas con don Alonso de los Ríos y Angulo, señor de Fernán Núñez, en el que, al nombre de pila, Juan Luis, añade el apellido Zambrano, manteniendo la misma grafía en su firma que en el documento citado anteriormente, lo que nos permitió establecer la identificación entre Juan Luis Rodríguez y Juan Luis Zambrano. Por tanto, debemos corregir a Antonio Acisclo Palomino que en su Parnaso español pintoresco y laureado, había calificado a Zambrano como “el discípulo más adelantado del Racionero Pablo de Céspedes, fue natural de la ciudad de Córdoba”. Al hilo de los documentos citados, se hace imposible una relación directa entre Pablo de Céspedes, fallecido en 1608, y Zambrano que debió llegar a Córdoba entre 1618 y 1620, aunque no le falte cierta razón a Palomino, pues las primeras obras conocidas de Juan Luis Zambrano se acercan tanto al estilo de Céspedes que algunos reputados historiadores han llegado a confundir el estilo de ambos pintores atribuyendo a Céspedes obras pintadas por Zambrano. Es el caso de un Ángel de la Guarda, depositado hoy en el Museo Diocesano, pero procedente del Colegio de Santa Catalina de la Compañía de Jesús y una interesantísima obra, Cristo servido por los ángeles, albergada hoy en el Palacio Real de Madrid, procedente de la Casa Profesa de los jesuitas, pero de Sevilla. Este cuadro, cuya trayectoria ha estudiado el profesor Benito Navarrete de la Universidad de Alcalá de Henares, presenta muchos rasgos zurbaranescos y hace unos quince años, el profesor Antonio Urquízar y yo tuvimos ocasión de estudiarlo en el Palacio Real y adscribirlo a la producción de Zambrano. Así lo hemos enseñado en numerosos cursos dados en nuestra Facultad y en la Cátedra Intergeneracional de la UCO.

A pesar del “distrato” citado, debido seguramente a que Juan Luis Zambrano habría obtenido la maestría en Sevilla, la posterior relación entre ambos pintores estuvo basada en la mutua confianza, pues en 1629 Zambrano actuaba como fiador de Agustín del Castillo al renovar el arrendamiento de la ya mencionada casa junto al Arquillo.

Pero al fallecer Agustín poco antes del mes de agosto de 1631, los acontecimientos se aceleraron, y aunque era lógico que Antonio terminase su formación siendo tomado como aprendiz por alguno de los discípulos paternos, aparentemente no sucedió así. Pocos meses después, en noviembre de 1631, mediante un curador ad litem (hoy diríamos un procurador nombrado sólo para el caso), pues todavía era menor de edad, firma un contrato de aprendizaje con el pintor sevillano Ignacio de Aedo Calderón, que por lo que se deduce de los documentos existentes, sólo estuvo unos tres años en nuestra ciudad y no se registra actividad en Córdoba después de 1631, debiendo regresar a Sevilla. Nada conocemos del estilo pictórico de Aedo.

Poco antes, en agosto de 1631, Ana Guerra, ya viuda de Agustín del Castillo, asumía el arrendamiento de las casas junto al Arquillo del Arcediano, poniendo como fiador y principal pagador al pintor Juan Luis Zambrano, y seguidamente, en otro documento a continuación, daba amplios poderes al mismo Juan Luis Zambrano para que subarrendara dichas casas.

Esta confianza otorgada a Zambrano, de treinta años de edad, nos hace concluir que también asumiera la tutela del joven Antonio del Castillo al morir su padre y quedar sin un maestro. Existe un periodo de cuatro años, que va desde finales de 1631 a junio de 1635, en el que no tenemos datos de Antonio del Castillo en Córdoba. Estos años coinciden con las colaboraciones de Juan Luis Zambrano con Zurbarán en las pinturas para la Merced Calzada de Sevilla. En concreto se han conservado cuatro cuadros sobre la vida de San Pedro Nolasco, hoy depositados en la Capilla de San Pedro de la Catedral Hispalense. Uno de ellos representa la Aparición de la Virgen en el coro, y en él podemos apreciar al lado izquierdo un ángel totalmente característico de Antonio del Castillo, muestra de la colaboración en Sevilla con Zambrano. En la misma catedral sevillana, ahora en la Capilla del Cristo de Maracaibo, puede verse una preciosa Inmaculada, que también es identificable con la pintura y el estilo de Juan Luis Zambrano en Sevilla, y propone un modelo iconográfico con los ángeles circundando a la Virgen que Castillo empleará con asiduidad en sus obras sobre el mismo tema.

Estas pinturas tienen un marcado carácter zurbaranesco y mucha producción de los últimos años lo confirma, pero también Zambrano supo adaptarse a las aportaciones de un Juan de Roelas o de Herrera el Viejo, como puede verse en el magnífico Martirio de San Esteban de la Catedral de Córdoba.

Palomino, al narrar la vida de José de Sarabia, nos cuenta que, al faltarle a ambos sus padres, “se fueron juntos a Sevilla, donde se acabaron de perfeccionar en el arte en la escuela de Zurbarán”. Pero para no cansar a los lectores, de José de Sarabia y de otros pintores que afectaron a la formación de Castillo trataremos en una próxima entrega.

Baste por ahora lo reseñado, que es un resumen de lo que presenté en el Simposio sobre Antonio del Castillo, celebrado en la Universidad de Córdoba entre el 6 y el 9 del pasado mes de abril y organizado en colaboración con la UNED, y cuyo texto ampliado será publicado próximamente por dicha universidad. Mi objetivo ha sido hoy, a propósito de la efeméride, evocar los inicios de la formación de este gran artista basándome en lo investigado al respecto en los últimos quince años, y espero, si los editores lo consideran de interés, hacer otras aportaciones que contribuyan a conocer mejor la figura de este gran maestro de la “pintura del natural”, que no del naturalismo barroco.

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