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COSMOPOÉTICA

Hugo Mujica: “La máxima de nuestra cultura es que somos todos iguales y no es verdad: somos únicos”

Hugo Mujica

Juan Velasco

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Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) tiene un verso que dice “hay una fe que es absoluta: una fe sin esperanza”. En esas diez palabras se alumbra, como un fogonazo, parte del espíritu de este sacerdote, escritor, ensayista y poeta, en cuyo corpus conviven dios y Nietzche. Probablemente en silencio. Ya que para el escritor es el silencio la fuente de toda su obra literaria.

Mujica todavía hoy afirma estar vivo gracias al monasterio. Pasó siete años de vida monacal, guardando voto de silencio. A partir del tercer año, el silencio lo rompía con el sonido de lápiz sobre el papel. Había emergido un poeta. Y, con él, la tercera de sus vidas. Lo cuenta con brío en una mañana otoñal en Córdoba, donde el escritor está de visita con motivo de su participación en el festival Cosmopoética.

No es la primera vez, según se afana en recordar. Y no le falla la memoria. Ya estuvo Mujica en la cuarta edición de un festival que este año cumple 19 ediciones y que es del gusto del poeta y ensayista argentino. “Es muy lindo porque los poetas nos conocemos más por libros que por caras. Y conocer a otros poetas siempre es interesante”, explica con un tono pausado y sereno.

El mismo con el que recorre algunas anécdotas de su vida, que reconoce más mitificadas por otros que por él. A saber: sus años de pintor en los años sesenta en el Greenwich Village de Nueva York; sus coqueteos con el sexo libre y las drogas de la mano de Timothy Leary y Ralph Metzner; su abrazo a la filosofía del gurú Satchidananda, a quien conoció a través del beatnick Allen Ginsberg; o sus siete años en el monasterio trapense, a donde llegó una semana después de asistir al Festival de Woodstock.

Hacer cosas gratuitamente es más revolucionario que tirar bombas

Hugo Mujica Sacerdote, poeta y ensayista

“Yo siempre digo que nací tres veces: cuando nací, que me dieron la lengua madre. Después cuando fui a Estados Unidos, que me tuve que dar la vida a mí y tuve que conquistar un lenguaje totalmente desconocido. Y la tercera fue cuando fui al monasterio, donde viví siete años en silencio, que ese es otro lenguaje, y que fue un nacimiento a otro montón de cosas”, rememora, evitando caer en el chovinismo y la divinización de una época y un lugar, los años 60 en Estados Unidos, en los que hubo más turbulencias que paz y amor.

Para empezar, aclara que acabó viviendo en el Greenwich Village neoyorquino, epicentro del fenómeno contracultural, por puro materialismo: “Por los alquileres baratos. Aquello es lo que hacía que viviéramos allí los artistas, que éramos unos muertos de hambre”. Además, como para tantos otros, la gran “utopía de la creatividad, que estaba en manos del hippismo”, acabó en un abrupto despertar.

“El hippismo era una alternativa que no ganó. Y no ganó porque el hippy es el primer arquetipo de contracultura que no tiene un libro debajo del brazo. Era solamente afectividad. Y la afectividad sin argumentos, es como un matrimonio, se disuelve”, reflexiona Mujica, que se despertó de aquel sueño en un monasterio, al que llegó, entre otras cosas, “por el agotamiento de las drogas”. “Fue una decisión compleja pero coherente”, añade sobre aquellos siete años de voto de silencio a los que puso fin cuando percibió que “ya estaba la experiencia vivida”.

Lo confió todo a su instinto “para detectar cuando una situación deja de dispensar vida”. “Hay gente que igual se acomoda y se queda. Yo, cuando no vibro, me doy cuenta de que ya está. Ya cumplió lo que tiene para dar”, explica el autor de A las estrellas lo inmenso (Visor, 2019) y Señas hacia lo abierto. Los estados de ánimo en la obra de Heidegger (Ariadna, 2021).

Para cuando dejó el monasterio, la poesía y la filosofía ya estaban con él. Hoy reconoce que la poesía es algo que “no podría no hacer”, aunque prefiere no verla como un bálsamo o un refugio. “La creatividad no tiene un para. Si uno le pone un para, se vuelve un producto. Yo creo que hacer cosas gratuitamente es más revolucionario que tirar bombas en nuestra cultura del utilitarismo”, resume Mujica, que reconoce que el tiempo que vivimos tiene sus complejidades.

Es entonces cuando emerge con más claridad expositiva el filósofo en la charla. Para Mujica, la humanidad está en un momento de cambio. “Vivimos un tiempo que terminó, por suerte, porque estaba agotado. Pero no estamos generando nada nuevo porque no tenemos categorías. Con lo cual, nuestra gramática es la antigua, y no es capaz de generar multiplicidad. Vivimos multiplicidades, pero no logramos darle forma, porque nuestra gramática es la del principio de identidad. Y somos incapaces de generar cultura, porque no podemos darle forma a las vivencias; no logramos armonizar esas vivencias”, reflexiona.

El 'hippy' fue el primer arquetipo de contracultura que no tiene un libro debajo del brazo

Hugo Mujica Sacerdote, poeta y ensayista

A su juicio, la dialéctica a la que se enfrenta la humanidad no es “entre lo individualista frente a lo comunitario”, sino “entre lo individualista frente a lo masivo”, ya que “la comunidad y el individuo son dos lugares de alienación”. ¿Qué hacer ante esta diatriba? “La posibilidad sería generar personas que estén abiertas a lo múltiple pero con la posibilidad de mantener su singularidad. La máxima que da nuestra cultura es que somos todos iguales. Y no es verdad: somos todos únicos”, resume el autor de El saber del no saberse. Desierto, Cábala, el no-ser y la creación (Trota, 2014).

Y, aunque reconoce que ha perdido “la curiosidad por saber qué dice el último filósofo” contemporáneo sobre los problemas actuales tampoco renuncia a abordar las singularidades de la sociedad consumista actual. “La idea del todos iguales es que todos consumamos lo mismo. Esa es toda la igualdad que tenemos. Todos los derechos políticos de ahora buscan la mejor distribución de la riqueza para lograr que más gente pueda consumir”, zanja Mujica, que renuncia también a la etiqueta de “místico” que otros le han colgado.

“Técnicamente, lo místico es lo que se dice con la boca cerrada. Así que lo místico es el silencio, el lugar donde no se puede decir, pero desde el cual se dice. No se puede decir sobre el silencio, pero sí se puede hablar desde el silencio”. Así, sin más, Hugo Mujica se marcha a intervenir en Cosmopoética dejando sobre la mesa un consejo: “El silencio es el tono desde el cual escribir”.

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