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CRÓNICA

Guerreras a paso lento

Julieta Venegas en el Festival de la Guitarra de Córdoba

Marta Jiménez

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En unos tiempos ¿modernos? en los que sigue siendo absoluto el desequilibrio de género en las decenas de festivales que veranean en España, me pongo en pie con aplauso hacia quien decidió programar una velada con la jovencísima palmeña Valeria Castro y la internacional tijuanense Julieta Venegas. Eso sí, cada una con su show.

Tiene más mérito aún hacerlo en un Festival de la Guitarra gerontocrático y que lleva pidiendo a gritos renovarse desde que escuchábamos a Venegas en el iPod. Puede que por aquí vayan los tiros, compañeras.

En el programa, dos mujeres que cantan las canciones que componen, que tocan varios instrumentos, que sienten y padecen con acento, con raíces, con temperamento y, sobre todo, con sello propio. Dos valiosas músicas que cuando son frágiles, son fuertes.

La joven confiesa la referencia que supone la veterana y esta última alaba la belleza que rodea a la canaria. Ambas tienen en común un temple lento y sin postureos. Su obra no es posible sin la espontaneidad ni la hondura. Por eso sus conciertos riman en universos paralelos.

Así que olía más que bien el viernes en La Axerquía. A limón, a sal, a tierra y a espesura verde. “Lo que canto es todo lo que siento”, advertía la soleada voz de Valeria Castro para empezar. Era la primera vez en Córdoba de esta artista de 25 años que “lidia con la ansiedad” y a la que el escenario “no cura esos monstruos”.

Perteneciente a una generación que perrea y que posee más raíces en el trap que en el folclore, la palmeña apuesta por poner el corazón en la tierra para que emerja su identidad atemporal. Se escucha en Raíz, primer coro colectivo de la noche, rodeada de una banda solvente con piano y teclados, guitarra y ronroco, batería y percusión, además de contrabajo. Hay energía tribal cuando ella canta y toca un pandero cuadrado, una energía que sigue fluyendo hasta en sus elocuentes silencios.

El ritual llega al clímax cantando a pleno pulmón Guerrera, dedicada a su madre y a su abuela, recordando que “la vida nos opaca los huecos que nos pertenecen” y con agradecimiento a su compañera de velada “las piedras que ha limpiado” en el camino de las mujeres en la industria de la música. ¿Cómo te vamos a olvidar, Valeria Castro?

Lo que ocurre es que la mexicana comienza recordando una amarga verdad: que una debe estar vigilante toda la vida. Lo hace sentada al teclado y cantando con esa melancolía festiva que la define: Me quiero quedar aquí bailando / Pero no puedo no/ Porque tengo miedo de salir/ A caminar sola por ahí. 

Armada con su brillante acordeón, Julieta entró en la madrugada plácidamente y llena de vivacidad, charlando con el público y envuelta en la brisa de una sólida banda. Sintiendo lo que dice, la tijuanense-californiana reivindicó que “la música siempre es original”, por eso lo suyo es sonido intransferible Julieta Venegas.

Con 10 Grammys Latinos bajo el brazo, conciertos por todo el mundo, y giras acompañando a bandas legendarias como Soda Stereo, en Córdoba  la cantante también comprobó que sus grandes hits son inmortales: Limón y sal, Me voy, El presente, Andar conmigo o Lento. Aunque tuvo tiempo para mostrar amor propio lleno de humor en temas como Despechada mexicana, en una emocionante interpretación a capella con guitarra acústica en la que la mexicana bebe desamor sin rencor, para variar.

En el sustrato de la noche, siempre con suavidad y con alegría, estuvo el cuestionarse los roles, el reclamar ser una misma como mejor lugar en el mundo, así como la apuesta por la diversidad y, ya puestas, la revisión del cánon en la música popular contemporánea. Todo ello a paso lento y sin olvidarnos nunca que un punto violeta te mira y te acompaña como mujer en el teatro. Por si acaso.

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