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La familia Romero de Torres y el rescate de centenares de piezas del expolio arqueológico

Imagen del uno de los muros de la casa que dan al patio cuando estaba habitado por la familia.

Redacción Cordópolis / Fátima Rodríguez Barrera

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En una época muy convulsa de la historia reciente como ha sido la primera mitad del siglo XX, con una guerra civil y posterior dictadura, hubo una saga familiar, los Romero de Torres, que ha sido clave para la recuperación y conservación del patrimonio de una ciudad monumental y artística como es Córdoba.

La familia Romero de Torres, quintaesencia del espíritu cordobés, consiguió -a través de tres generaciones- reunir, estudiar y conservar una colección privada de cientos de piezas históricas muy variopinta y singular. La Junta de Andalucía compró este fondo arqueológico a su última heredera en 1988 y tres años después, al fallecer el último vástago de la familia, pasó a ser de titularidad pública.

Esculturas íberas y romanas, basas y capiteles de columnas, vigas de techumbre andalusíes, inscripciones funerarias, brocales de pozos, lucernas, ajuares domésticos completos y otros tantos fragmentos del pasado forman parte de esta colección. “Alrededor de 600 piezas, datadas desde el Calcolítico hasta el Medievo ”, precisa José María Domenech, director del Museo de Bellas Artes, mientras abre el área de reserva de este conjunto arqueológico, que es solo una parte del legado de tan insigne familia.

“¿Qué paso durante estos años y como ha sido posible que todo esto nos llegue y se conserve?”, se pregunta Manuel Aguayo, Conservador hoy en el Museo Arqueológico de Córdoba, quien nos acompaña para darnos luz en la comprensión de esta compleja historia entre los límites de lo público, lo privado y el valor de tan dispares fragmentos del pasado insertos en la casa-patio de los Romero de Torres. 

“La colección arqueológica, al igual que el resto de las colecciones de la familia, la inicia Rafael Romero Barros”, introduce Aguayo. “Llegado a Córdoba en 1862 impulsó excavaciones fruto de su afán arqueológico y puso las bases del futuro Museo Arqueológico de Córdoba, del que fue su primer director en 1867”.

En ese momento, “la casa tiene ese uso dispar entre lo público y lo privado. Incluso hay una postal que reproduce una fotografía de Rafael Señán hacia 1911 bajo el nombre Jardín del pintor Julio Romero de Torres, donde se ve el patio de la vivienda del por entonces Conservador del Museo adornado por esas piezas arqueológicas dando la sensación de jardín romántico”.

Tras fallecer Rafael Romero Barros en 1895, será Enrique Romero de Torres quien coja el testigo. Enrique, además del bagaje aprendido en el seno de su familia, estuvo al frente de importantes organismos púbico. Fue el director en 1913 del Museo de Bellas Artes, miembro de la Comisión de Monumentos y delegado Regio de Bellas Artes, y obtuvo así un amplio conocimiento y acceso, en este caso, al patrimonio arqueológico.

Gracias a Enrique Romero Torres –afirma Aguayo- “los fondos del Museo Arqueológico continúan creciendo, pero hay otras piezas que son regalos a título casi personal que van quedando en la casa familiar”.

Una época donde el expolio era lo habitual 

Hay que recordar que es en 1910 cuando se inician las excavaciones en las ruinas de Córdoba La Vieja, que posteriormente conoceremos como Medina Azahara. A su vez, durante la primera mitad del siglo XX, se amplían o construyen avenidas como la de Gran Capitán o Cruz Conde, y se levantan nuevas barridas, en lugares como el Campo de la Verdad. Son años de transformación de la ciudad, con importantes movimientos en el subsuelo, y en una época en la que el expolio era una costumbre generalizada.

Entorno a las figuras de Rafael Romero Barros y su hijo Enrique se “aglutina parte del afán arqueológico del momento, entrando en contacto con personalidades del momento como Rafael Ramírez de Arellano, Victoriano Rivera, Amadeo Rodríguez o el Conde de Torres Cabrera. Y a través de estas relaciones, las diferentes piezas les llegan a modo de regalo o ”donaciones“.

El Museo Arqueológico ya estaba creado, pero ellos van reuniendo a parte su pequeña colección. Romero Barros iniciará la obra inacabada el “Córdoba Monumental y Artística”, donde –con la ayuda de sus hijos- fue recogiendo esos vestigios del patrimonio que iban descubriendo. Luego, Enrique Romero va investigando sobre las piezas, y realiza diferentes publicaciones, al igual que harán otros autores, que ven en esta colección interesantes piezas dignas de estudio.

No se puede mirar el pasado desde la visión actual, nos recuerda Aguayo. Al mismo tiempo que “en muchos de los patios antiguos de Córdoba se conservan piezas arqueológicas”. En definitiva, de una forma u otra, concluye Aguayo, la familia Romero de Torres “nos ayudaron a recuperar un patrimonio que estaba perdido, en unos años bastante convulsos. Muchas de estos restos hubieran desaparecido o acabado en subastas. En cambio, gracias a esta familia se han podido conservar.”

Es interesante resaltar aquí, señala Aguayo, la espectacular estatua del emperador sedente que hoy se exhibe en el Museo Arqueológico de Córdoba. La parte trasera de ésta se encontró en 1983 de la calle San Álvaro y entró en el museo. Más tarde, tras varios estudios de la Universidad de Córdoba se demostró que una de las piezas de la colección Romero de Torres, un torso (parte delantera de una estatua), casaba perfectamente con la que había en el museo. Las piezas finalmente se unieron y hoy la estatua se puede mostrar en su conjunto en el museo.

Algunas curiosidades de la colección

Del conjunto de las piezas, señala Aguayo, hay que destacar dos esculturas excepcionales de la época Ibera que se encuentran en la actualidad expuestas en el Museo Íbero de Jaén, un león y la loba con presa y cría, ambas del Cerro de los Molinillos de Baena. Hay fotografías antiguas de estas figuras en el patio de la casa tal cual las colocó la familia, y cuando pasaron a propiedad pública, estuvieron expuestas durante un tiempo en el Museo de Bellas Artes de Córdoba.

Es curioso que se conserven “bastantes lápidas relativas a mujeres en la Colección Romero de Torres, su estudio nos va a ayudar a avanzar en la arqueología de género” –expone Ayuso-, como el caso de la lápida con inscripción árabe “Este es el sepulcro de Athyra, liberta de Al-Hakam …”. Esta estela funeraria fue considerada en el siglo XIX la más antigua de las encontradas en España. Procede como otras tantas del Campo de la Verdad, donde estaba ubicado un cementerio del periodo Andalusí.

Destaca también, el conservador del Museo Arqueológico, una impresionante basa de columna de mármol del siglo X, articulada con “una decoración vegetal exuberante, creando esos magníficos contrastes de los claros oscuros que demuestran la calidad de los talleres andalusíes”. Una calidad que indica como posible procedencia algún edificio importante de Córdoba, de alguna Almunia, o de la propia Medina Azahara.

Hay piezas muy interesantes de época romana, como la figura que representa a un personaje del cortejo del dios Baco. La escultura representa a “un sileno acostado, que apoya su cabeza sobre un odre - un recipiente para guardar vino u otros líquidos - el cual se encuentra horadado y a modo de surtidor, saldría agua, creando ese efectismo que buscaría representar el conjunto escultórico al que pertenecía”, describe Aguayo. 

La escultura del sileno procede de Hornachuelos, “aunque lo más seguro es que formara parte de la decoración de un edificio romano de espectáculos”, puntualiza Aguayo. En este sentido, explica que “con la colección Romero de Torres tenemos que trabajar con las procedencias muy entre comillas porque muchas de ellas no están documentadas”.

La colección es extensa, variopinta y está llena de curiosidades. “Guardaban de todo”, sintetiza Aguayo, y de ahí su valor. “Algunas son interesantes porque tienen una inscripción singular, por presentar una decoración concreta, otras por proceder de un determinado yacimiento o, como en el caso de las esculturas íberas de Baena, porque se une calidad y excepcionalidad”, concluye Aguayo.

La colección pasa a ser propiedad de la Junta de Andalucía en 1991

La familia Romero de Torres, en ningún momento, tiene la intención de ceder el patrimonio familiar a lo público, pero la segunda generación no tuvo descendientes. La Junta de Andalucía realizó una oferta de compra a la última heredera, María Romero Pellicer, quien aceptó por un precio simbólico de 18 millones de pesetas, y todos los bienes muebles que había en la casa pasaron a ser de titularidad pública.

En la actualidad -salvo las piezas que permanecen adornando el patio de la vivienda y aquellas que están expuestas en otros museos, como en el Arqueológico de Córdoba o el Íbero de Jaén- el grueso de la sección arqueológica del legado Romero de Torres permanece en el área de reserva del Museo de Bellas Artes.

“Queda pendiente hacer un discurso museológico en la casa, en el que integrar todas estas piezas arqueológicas. Hasta que no se haga este programa expositivo y se pueda abrir la casa, entendemos que no se debe exponer en su conjunto”, puntualiza José María Domenech, director del Museo de Bellas Artes.

Desde que la colección es propiedad de la Junta de Andalucía, algunos de sus elementos se han mostrado en exposiciones temporales, al mismo tiempo que han sido objeto de estudio por diversos autores. De forma más reciente, las piezas se exponen al público cada año en la Fiesta de los patios. “Este año – continúa Domenech- se han exhibido dos brocales, el conjunto escultórico de Sátiro y Panisca y la Herma de Bobadilla, dispuestos en el zaguán de la casa y en el llamado estudio de Julio Romero de Torres”.

En el documento de cesión la familia solicitaba que se conservara la memoria en la casa. Angelita Romero de Torres (1881-1975), hermana de Julio Romero de Torres, escribirá el único artículo que existe sobre esta colección, el cual fue publicado en 1943. Y deja bien claro que “los objetos no están agrupados aquí por épocas con la frialdad que los clasifica el sabio (…). Y el que ve este conjunto por primera vez no sabe de pronto si se haya ante las ruinas de una villa romana, ó si en un rincón de un riente y bello jardín árabe (…), o en el recatado patio de un convento de clausura, lleno de poética melancolía (…)”. 

Llegados a este punto, todo se transforma, porque más allá del valor arqueológico de algunas de las piezas arqueológicas, la importancia de la colección radica sobre todo en que formaba parte de ese concepto de jardín romántico, de ese valor estético que le aportan las ruinas al patio cordobés. Una interesante propuesta artística que ha dejado patentada la familia Romero de Torres, y que supone un reto para los nuevos discursos de la casa-museo.

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