Tomatito sexteto: dinamita pa´ los payos
Tomatito arrancó flamenco puro y sabores de jazz en su concierto de anoche en el Gran Teatro
Tomatito. Aliñao con aceite de oliva virgen extra de Crispi, Kiki Cortiñas y Simón Román, y la sal de Lucky Losada y el Maca. Ese fue el menú que pudieron degustar los asistentes al evento programado para el lunes 8 de julio en el Gran Teatro, dentro del Festival de la Guitarra 2013. Un plato sencillo y eficaz para estómagos hambrientos de flamenco. El público, compuesto por caucasianos, japoneses, alemanes o cordobeses, debido a la presencia de alumnos y maestros del Festival, se mostró en todo momento agradecido con el concierto y el aire acondicionado. Una de las bondades de este Festival de la Guitarra es poder ver la variedad de público que ocupa el espacio.
El almeriense vino a la ciudad del flamenquín a presentar su nuevo disco, “Soy flamenco”. Durante algo más de hora y media, José Fernández estuvo haciéndole picardías a su guitarra, y ésta devolvía sonidos placenteros a la grada. Sin llegar a caer en el virtuosismo extremo, lo que es de agradecer. Ayudado por cantaores, guitarrista, percusionista y bajo.
El repertorio discurrió entre los pasajes de fusión jazz, que fueron los menos, y los mas tibios, con otros de trepidante flamenco. Se suceden entonces tics nerviosos entre los asistentes, bien dando golpecitos con el puño en el asiento o improvisando algún zapatazo. “Estáte quieto con el compás”, le dice una señora a su marido.
El guitarrista que comenzó su carrera acompañando a un tal José Monge. Con el que firmó el seminal “La leyenda del Tiempo”, elepé que supuso un antes y un después en la historia del flamenco, como todo el mundo ya sabe. Pero de eso hace ya mucho tiempo. Tomatito tiene una dilatada carrera con las seis cuerdas, después de quedar huérfano de Camarón.
Para finalizar el espectáculo soltaron a la fiera. La bailaora Paloma Fantova entra en trance sobre el tablao, repartiendo zapateos y contorsiones a la velocidad del rayo. Ni un exorcismo de nuestro Papa Francisco I hubiera sido capaz de expulsarle el duende a esa mujer. Y el público puesto en pie, como medidor no oficial del éxito del evento.
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