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SILURO
El proyecto para frenar al siluro en Andalucía pide a los ciudadanos que alerten de su presencia

Estudio piloto de la presencia del siluro en el bajo Guadalquivir.

Juan Velasco

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Si cualquier ciudadano ve un siluro, le resultará fácil reconocerlo: es un pez de gran tamaño (puede medir más de dos metros) y de enorme voracidad (puede comer hasta el 4% de su peso). Y, si lo reconoce, lo que debe hacer es alertar a las autoridades, dado el peligro que supone su presencia en el río Guadalquivir, especialmente en la zona más cercana al Parque Natural de Doñana, donde se detectaron los primeros ejemplares en 2021.

Desde hace un año, un equipo de la Universidad de Córdoba (UCO), la Universidad de Oviedo, la Universidad de Sevilla y el Instituto de Formación e Investigación Agraria y Pesquera de Andalucía (IFAPA) tiene como misión investigar y dar caza al siluro, el pez superdepredador de agua dulce más grande de Europa.

Se trata de un proyecto pionero, financiado por el Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO) y que dura dos años, cuyo objetivo es frenar la proliferación de este animal en una zona tan sensible como es el bajo Guadalquivir. Un proyecto que ha arrancado este lunes en Córdoba con un acto de “ciencia ciudadana”, según ha explicado Carlos Fernández Delgado, catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba (UCO), y encargado de dirigir ahora el proyecto.

“Imagínate que por los montes de Córdoba se suelte una especie de león o de leopardo, un felino enorme. Imagínate el impacto que puede generar, ¿no? Pues con el siluro es exactamente lo mismo”, señala Fernández Delgado, que conoce bien los efectos de esta especie, dado que fue detectada por primera vez en Andalucía en el embalse de Iznájar (Córdoba), en 2010. A pesar de ello, según indica, no ha habido un estudio científico que concrete el impacto que ha generado en Iznájar este animal, más allá de los destrozos que cuentan los pescadores de la zona, que llevan años culpando al siluro de la desaparición de carpas, blackbass e incluso patos. 

De hecho, el primer estudio científico que se va a llevar a cabo sobre el impacto de este animal es precisamente el que dirige Carlos Fernández, y que ha nacido con una web (stopsiluro.es) que alerta del peligro de esta especie, y con una campaña de concienciación que busca que la ciudadanía ayude a detectar la presencia de siluros mientras los expertos trabajan en perimetrar las zonas por las que se mueve, el número de ejemplares aproximado que hay en estos sitios y determinar su capacidad reproductora y la posibilidad de que su crecimiento tenga efectos en una zona “ecológicamente tan sensible” como es el Bajo Guadalquivir, que cuenta con “una pesquería importantísima de cangrejos, con una zona de cría y engorde y con el Parque Natural de Doñana”. 

Un comportamiento reproductivo muy complejo

Tras la primera fase de estudio, viene la segunda, que consistirá en desarrollar métodos de control de la especie para después aplicarlos. En este ámbito, Fernández, afirma que el siluro está en “fase de adaptación”. “Lleva una especie de vida latente, pero después viene la fase de explosión y luego la de expansión”, detalla. 

La complejidad radica en la velocidad a la que se reproduce este animal. Fernández aclara que los siluros tienen un comportamiento reproductivo muy complejo, en el que el macho guarda y defiende los huevos frente a otras especies. Además, los números reproductivos también asustan, ya que un siluro puede poner hasta 300.000 huevos de una vez. 

De manera que, una vez se determinen las partes débiles del ciclo biológico del siluro, es hacia donde se dirigirán las acciones para frenar su proliferación, que en estos momentos está detectado en tres zonas: el embalse de Iznájar, la Rivera de Huelva (por debajo del embalse de El Gergal) y Alcalá del Río, en Sevilla. Estas dos últimas, a las puertas del Bajo Guadalquivir, donde, si el siluro entra en fase de expansión los efectos podrían ser muy sensibles a nivel ambiental y socioeconómico.

Técnicas para averiguar el nivel de implantación

En su día, Fernández explicó a Cordópolis que en el proyecto se van a emplear distintas técnicas. Una de ellas, será usar el ADN ambiental, tomar muestras de agua y sedimentos para extraer de ellas los restos genéticos de todos los seres vivos que habitan esas aguas. Es una forma de averiguar dónde hay siluros y en qué cantidad. De este análisis se encargará la Universidad de Oviedo. Además, se utilizarán ecosondas (radares submarinos), contando para ello con un equipo de la Universidad de Sevilla. Esto se hará en distintas partes del río. El rastreo se hará desde la presa de Alcalá Del Río, en Sevilla, hacia abajo, y también en el embalse de El Gergal, al que nutre el río Rivera de Huelva.

Por su parte, el Ifapa se encargará de hacer estudios metabolómicos de precisión, de manera que, a partir de los ejemplares que se capturen, se extraigan muestras y con ellas se sepa qué ha comido el animal. Todos estos procesos se llevan a cabo bajo la coordinación y dirección del equipo de la Universidad de Córdoba, que también habrá búsqueda in situ con pesca eléctrica, redes y aparatos específicos.

Todo ello se volcará en la creación de acciones que frenen la proliferación del animal: “Si sabemos las pautas, se puede atacar el hábitat reproductivo envenenando zonas, destruyendo desobaderos o atacando a los reproductores antes de que se reproduzcan. O, si ya se han reproducido, se puede atacar a la fase de recluta… hay toda una serie de técnicas que se pueden ir utilizando, pero lo importante es también la difusión y el conocimiento: que la gente sepa que es una especie muy peligrosa”, concluye este experto, no sin antes recordar que el siluro se ha expandido en Andalucía “sobre ruedas”: “Es el hombre el que se está encargando de distribuirlo por el Guadalquivir”. 

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