Un equipo de la Universidad coordina un proyecto para dar caza al siluro en el Bajo Guadalquivir
Un equipo de la Universidad de Córdoba (UCO) tiene como misión investigar y dar caza al siluro, el pez superdepredador de agua dulce más grande de Europa, que amenaza el bajo Guadalquivir y el entorno de Doñana. Un pez que puede representar una gran amenaza para este sistema de gran importancia ecológica, y que fue detectado el año pasado en Alcalá del Río, a unos 80 kilómetros de la desembocadura del Guadalquivir, haciendo saltar todas las alarmas.
La aparición de siluros en este punto del Guadalquivir resultó tremendamente inquietante para los colectivos ecologistas, que pidieron medidas para investigar si era un avistamiento puntual o un potencial problema para esta zona. Una de las primeras personas que alertó de la peligrosidad que supondría que se estableciera una población de siluros en el bajo Guadalquivir fue Carlos Fernández Delgado, catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba (UCO), y encargado de dirigir ahora el proyecto.
Un proyecto que cuenta con financiación del Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO), y en el que también participan la Universidad de Oviedo, la Universidad de Sevilla y el Instituto de Formación e Investigación Agraria y Pesquera de Andalucía (IFAPA).
Fernández conoce bien al siluro. Esta especie fue detectada por primera vez en Andalucía en el embalse de Iznájar (Córdoba) en 2010. Fue en este embalse artificial, también conocido como el lago de Andalucía y que abarca territorio de Córdoba, Granada y Málaga, donde se detectó por primera vez a nivel andaluz un espécimen de esta especie exótica invasora (EEI) que, con anterioridad, había causado estragos en el río Ebro, y que ahora amenaza todo el bajo Guadalquivir, incluido el Parque Natural de Doñana.
Introducción ilegal por pescadores
Cómo llegó a Iznájar este pez, natural de Europa Central, no está totalmente certificado, aunque las principales sospechas de la Guardia Civil y de expertos como Fernández es que el proceso fue similar al que tuvo lugar en el río Ebro, donde fue introducido de manera ilegal por pescadores. En el caso del bajo Guadalquivir, Fernández también considera una hipótesis plausible que la aparición de siluros sea producto de un pescador o pescadores que lo hayan soltado con fines recreativos.
“El problema, en cualquier caso, es que el bajo Guadalquivir es una zona ecológicamente muy sensible, está el estuario, donde está Doñana, y es también zona de cría y engorde de toda la comunidad de peces e invertebrados acuáticos que después se pescan en el golfo de Cádiz. Además hay zona de pesquería de cangrejo americano. Entonces, que aparezca una especie de estas dimensiones es bastante peligroso”, afirma el catedrático de Zoología de la Universidad de Córdoba (UCO).
Lejos de mitos y tamaños inusuales (“olvídate de lo de que pesan 100 kilos”, bromea), Fernández dice que lo normal es que el siluro pueda llegar a pesar 40 o 50 kilos. Es una especie que puede comer un 2% de su peso vivo diario, de manera que un siluro de tamaño medio se puede comer “un kilo diario de cangrejos al día”. “O sea, muchos bichos de este porte pueden acabar con la pesquería de cangrejos en la zona”, advierte el experto, recordando que la desembocadura “del Guadalquivir produce el 90 % de los boquerones, sardinas, lubinas, corvinas y lenguados -entre otras especies- que después se pescan en el Golfo de Cádiz”.
En este ámbito, a pesar de que el siluro es un pez de agua dulce, puede llegar a soportar un nivel de salinidad equivalente a la mitad de la sal presente en el agua marina, unos 15 gramos por litro, lo que le acerca peligrosamente a las zonas de cría de la desembocadura. Además, en el bajo Guadalquivir tiene lugar un fenómeno natural conocido como ‘tapón salino’, “una barrera que se desplaza a lo largo de su cauce”, que hace que “por encima de él”, el agua sea “más dulce” y por debajo “más salobre”, explica el experto.
“Cuando llueve mucho, el agua dulce de la cuenca empuja ese tapón salino hacia abajo” y, en ocasiones, “puede llegar a situarse prácticamente en la desembocadura del Guadalquivir”. Este fenómeno “vuelve dulce todo el cauce del río”, por lo que el siluro “tendría libertad para desplazarse por todo el Guadalquivir y asaltar Doñana”, explicaba hace un año Fernández cuando apareció el primer siluro en la zona.
Distintas técnicas para averiguar el nivel de implantación
En cualquier caso, lo primero es trazar un diagnóstico de la implantación real del siluro en el bajo Guadalquivir, para lo cual se van a emplear distintas técnicas. Una de ellas, será usar el ADN ambiental, tomar muestras de agua y sedimentos para extraer de ellas los restos genéticos de todos los seres vivos que habitan esas aguas. Es una forma de averiguar dónde hay siluros y en qué cantidad. De este análisis se encargará la Universidad de Oviedo, según explica Fernández.
Además, se utilizarán ecosondas (radares submarinos), contando para ello con un equipo de la Universidad de Sevilla. Esto se hará en distintas partes del río. El rastreo se hará desde la presa de Alcalá Del Río, en Sevilla, hacia abajo, y también en el embalse del Gergal, al que nutre el río Rivera de Huelva, y donde han aparecido ejemplares.
Por su parte, el Ifapa se encargará de hacer estudios metabolómicos de precisión, de manera que, a partir de los ejemplares que se capturen, se extraigan muestras y con ellas se sepa qué ha comido el animal. Todos estos procesos se llevan a cabo bajo la coordinación y dirección del equipo de la Universidad de Córdoba, que añade que también habrá búsqueda in situ con pesca eléctrica, redes y aparatos específicos.
Todo para culminar con un plan de control y, si se puede, erradicación de la especie en el bajo Guadalquivir, una zona donde no conviene que ocurra como en Iznájar, donde el siluro ha crecido sin ningún tipo de control. En este sentido, Fernández detalla que también está trabajando con la Junta para iniciar un proyecto que ponga de un vez coto al reinado del siluro en el gran embalse andaluz.
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