La Paquera renace triunfal treinta años después

Antonio Muñoz Caballero, hijo de José y Matilde, nació un 10 de abril de 1939 y fue bautizado 22 días después en la Parroquia del Sagrario de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Así figura en el folio 52 del libro 69 del registro eclesiástico. La suya fue una biografía marcada por el dolor, la persecución y también la tenacidad contra viento y marea de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre.
Sara de Córdoba, popularmente conocida como la Paquera, supo muy pronto que había nacido fuera de su tiempo. Sin estudios conocidos, y aferrada firmemente al mástil de su intuición, naufragó durante años en un mundo hostil, puritano e intransigente. Treinta años después de su muerte, la Paquera renace de sus cenizas para reivindicarse como pionera en la defensa de los derechos LGTBI. Y lo hace de la mano de Miguel Ángel y Fátima Entrenas, directores de un documental que recupera su maltratada biografía a través de 180 testimonios.

No tardó mucho en saber a qué clase de mundo había venido. Su padre la ataba a la cama para que no se vistiera de mujer con la ropa de su madre. Fue violada, ultrajada y humillada más allá de toda dignidad humana. Y su maltrecho cuerpo conoció una y otra vez la crudeza de los calabozos en una España que trataba como a delincuentes a homosexuales, trans y lesbianas. “Tuvo una infancia triste y miserable. Y sufría vejaciones y maltrato por todos lados”, revela Miguel Ángel Entrenas, después de haber rastreado concienzudamente la vida de Sara de Córdoba.
Se crió en la Plaza de Maimónides, en pleno barrio de la Judería. Su padre era malagueño y trabajaba como dependiente en un comercio. “Le pegaba y no lo dejaba salir de casa. No era buena persona, ni incluso con mi abuela Matilde”, asegura por teléfono Mari Carmen Reina, sobrina de la Paquera y único familiar que le queda con vida, hoy residente en Mallorca desde hace más de treinta años.
La Paquera se refugiaba en los carnavales para desplegar toda su vitalidad femenina, pese a que durante el franquismo estaban prohibidos y acababa invariablemente dando con sus huesos en comisaría en aplicación de la siniestra Ley de Vagos y Maleantes. “Se vestían de mujer sabiendo que les iban a pegar y acabarían encarceladas en el calabozo de Cercadillas”, afirma Entrenas. Las detenciones fueron incontables. “Las celdas estaban hechas un asco y días antes la Paquera y sus amigas se pasaban por allí para limpiarlas. Se llevaban bien con los policías y las dejaban entrar. Era un mundo muy berlanguiano”.

Como a decenas de trans, el ostracismo social la empujó al lumpen y la prostitución, que ejercía jugándose la vida en la Ribera. “Eran maricones y nadie los contrataba”, relata crudamente Entrenas. “Vivía en lo marginal y practicaba la prostitución. ¿De qué iba a vivir? En la Ribera recibía toda clase de vejaciones. Imagínese lo peor”, asegura en relación a episodios particularmente ásperos, que serán desvelados en el documental.
El apodo de la Paquera le fue adjudicado en recuerdo de la famosa cantaora de Jerez. Amante de la copla y el flamenco, participó en innumerables espectáculos musicales, donde emulaba en playback a sus fetiches de la canción. Mari Carmen Reina aún conserva el cartel de un bolo presentado por el Colectivo Gay donde Sara de Córdoba, la “travesti”, actúa junto a la Chichi y la Keti.
El infortunio se cebó con ella. En los años sesenta, apareció muerto el cliente de un prostíbulo en el Charco de la Pava. La Paquera fue acusada del asesinato, conocido como el crimen del paraguas, y fue encarcelada sin contemplaciones. Tras un año en prisión, fue puesta en libertad por falta de pruebas. “La acusaron de un crimen que no cometió”, lamenta su sobrina desde Mallorca. “Hay muchas cosas de mi tía que yo no sabía. Mi madre no hablaba de ellas”.
La hermana de la Paquera, madre de Mari Carmen Reina, tuvo una relación muy distante durante años. El estigma social manchaba entonces el buen nombre de la familia. “Mi madre no llevaba bien que fuera maricón. De niña, me pedía que no dijera que era mi tío y yo me escondía para ir a verlo. Mi padre tampoco lo aceptaba y ponía a mi madre entre la espalda y la pared: o tu hermano o yo. La pobre no podía hacer nada. En aquella época se hacía lo que el hombre decía. Yo no puedo culpar a mi madre. Todavía hoy maltratan a los gays. Imagínese con Franco”.

La Paquera recibió el desprecio con un conmovedor estoicismo. “Era muy noble y muy buena persona”, sostiene su sobrina. Tanto que nunca le perdió la cara a su padre, pese al maltrato y las continuas humillaciones. “Me llamó por teléfono llorando cuando se murió en el asilo. Yo lo ayudé a enterrarlo”. De su padre heredó 250.000 pesetas que tenía ahorradas. Y, paradojas de la vida, con parte de ese dinero cumplió uno de sus sueños. El 12 de abril de 1984 ingresó en el Hospital General para someterse a una prótesis mamaria de silicona. La factura sanitaria ascendía a 65.959 pesetas.
Todas esas pequeñas alegrías endulzaron la biografía de la Paquera. Sus últimos años se ganó la vida como pintora de brocha gorda. No era raro toparse con ella encalando las casas del casco histórico. Y siempre se sacaba del bolsillo una frase burlona para alegrar la mañana. El documental de Fátima y Miguel Ángel Entrenas está plagado de anécdotas simpáticas y episodios siniestros. El filme recoge el testimonio de 180 personas que la conocieron directa o indirectamente. “Todos los personajes son trans y homosexuales. Es la única manera de transmitir la esencia de la Paquera”, explica Entrenas.
Su enorme resiliencia a pesar de todos los contratiempos la han convertido en un icono de la lucha en favor de la diversidad sexual. “Gracias a personas como ella hoy existe la ley LGTBI. Fue una pionera”, proclama el codirector de la película. “En 1973 participó en Barcelona en el primer congreso gay de España. Luego hubo una manifestación grandísima, que fue el germen de la fiesta del Orgullo”. El guion del documental es de Federico Roca y la banda sonora está compuesta por Jesús Lora. El audiovisual se estrenará el 1 de marzo en el Gran Teatro, pese a las reticencias iniciales del Ayuntamiento. La Asociación Carnavalesca Cordobesa se ha volcado sin restricciones en este merecido homenaje a un personaje popular que ya es historia de la ciudad.

La mañana del 7 de abril de 1995, el cuerpo de la Paquera apareció sin vida en su domicilio de la calle Alcántara. Vestía una bata azul. “Recibí una llamada de la policía judicial. Estaba en Mallorca”, recuerda su sobrina. “Mi tía tenía mi teléfono apuntado en el mueble del tocador. La policía lo vio y me llamó. Cogí el primer vuelo y fui a Córdoba. Se la encontraron muerta en la casa, junto a un vómito de sangre en el suelo. Creo que fue por una congestión. De muerte natural, aunque la gente haya dicho que le pegaron una paliza. Se han contado muchas historias”.
Mari Carmen Reina preparó el entierro. Se trajo una caja con fotografías y documentos personales de Sara de Córdoba. La cartilla militar, la partida de bautismo, la factura del hospital. Fue a la Corredera para buscar a sus amigos y que se despidieran de ella. En el cementerio de San Rafael, está enterrada junto a su padre. Sobre una lápida de mármol negro, un crucifijo y una fotografía, se puede leer: “Antonio Muñoz Caballero. 7-4-1995. A los 55 años. Tu sobrina no te olvida”. Y más abajo, escondida bajo las flores: “Sara de Córdoba”.
“Ha sido una persona feliz. Sufría mucho, pero se ponía una coraza”, sentencia Mari Carmen Reina. El próximo 7 de abril se cumplirán 30 años de su muerte. Y entonces la Paquera renacerá de sus cenizas para proclamar al fin su victoria sobre el odio y la vileza.

0