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¿Quién se acuerda del único capitán de Córdoba leal a la Constitución?

Nicho del capitán Tarazona enterrado en el cementerio de San Rafael

Aristóteles Moreno

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Un día de 1965, Sol Rodríguez Tarazona accedió al cementerio de San Rafael con su madre y su abuela. Tenía 9 años de edad. Vivía en Francia y era la primera vez en su vida que se adentraba en el camposanto de Córdoba. Las dos mujeres mayores se dirigieron a un nicho, se postraron ante él y se pusieron a llorar desconsoladas. La niña no entendía nada de aquella dramática escena. Fue entonces cuando tuvo conocimiento de que el cadáver que reposaba en el interior de aquella tumba pertenecía a su abuelo.

Manuel Tarazona Anaya llevaba enterrado en la hornacina que tenía delante de sus ojos 29 años. Allí fue inhumado el 13 de agosto de 1936. Hasta ese preciso instante nunca nadie de su familia le había hablado de él. “Mi madre y mi abuela lloraban como si se hubiera muerto el día anterior”, asegura Sol Rodríguez 59 años después en conversación telefónica con Cordópolis desde Francia. “Aquella escena me impresionó muchísimo”.

En efecto, era su abuelo. Un oficial de infantería, formado en la Academia Militar de Toledo, que había desarrollado parte de su carrera de armas en la guerra de Marruecos. Ingresó en la Legión y en Regulares y participó en el desembarco de Alhucemas, hasta que fue herido de un disparo en la rodilla y tuvo que ser evacuado a un hospital de Madrid. Poco después se incorporó en la Guardia de Asalto, un cuerpo de seguridad creado por la II República, y fue destinado a Córdoba. Era el año 1935.

La tarde del 18 de julio de 1936, el capitán Tarazona estaba enfermo en su casa. El destacamento que dirigía se encontraba en las inmediaciones de Ronda de los Tejares, a escasos metros del Gobierno Civil. Antonio Rodríguez de León, máxima autoridad política en Córdoba, lo mandó llamar de forma urgente. Una parte del Ejército español se acaba de sublevar y el coronel Cascajo ha sacado a la calle una columna de artillería que se dirige hacia el Gobierno Civil.

El capitán Tarazona se desplaza a toda prisa para ponerse a las órdenes de Rodríguez de León. En la sede del Gobierno Civil, entre Ronda de los Tejares y la avenida del Gran Capitán, se agrupan todas las fuerzas democráticas para resistir el golpe militar. El coronel Cascajo coloca un cañón frente al edificio y dispara. Parte de los atrincherados salen en desbandada y el capitán Tarazona le recomienda al gobernador civil que es preferible la rendición para evitar un “baño de sangre”.

“Manuel Tarazona era un militar de derechas y conservador, que simpatizaba con los sublevados. Pero puso su sentido del deber por delante de sus convicciones”, puntualiza el historiador Manuel García Parody, autor de una biografía del capitán jefe de la Guardia de Asalto en Córdoba. Su lealtad constitucional le iba a costar la vida. Minutos después del cañonazo, se entregó junto a sus hombres y Rodríguez de León a las fuerzas rebeldes. Y es encarcelado. “Lo llevaron al Cuartel de Artillería y lo sometieron a un juicio sumarísimo, del que se conserva toda la documentación”, explica Parody.

Tarazona alega que se ha limitado a cumplir órdenes y aduce que no se había sumado a la sublevación porque nunca pensó que aquella operación se trataba, en realidad, del “movimiento salvador” que necesitaba España. “Aquella fue su última argumentación para intentar salvarse del paredón”, afirma el historiador cordobés. Fue inútil. La suerte del capitán Tarazona y de otros muchos leales a la legalidad democrática estaba echada.

La mañana del 13 de agosto de 1936, el máximo responsable de la Guardia de Asalto es trasladado al Cuartel de Lepanto, en la Ronda del Marrubial. Vivía sus últimas horas. “La ejecución fue tremenda”, precisa García Parody. “Los sublevados organizaron todo el protocolo de ejecución de un mando militar. Se formó la guarnición y los soldados desfilaron frente al cadáver como exhibición de la ejemplaridad de la justicia militar”. A la viuda le devolvieron los objetos personales que se había llevado a la celda de Artillería: un colchón, algo de ropa y una caja de galletas medio vacía. Tenía 35 años cuando fue fusilado.

Nunca nadie me habló de mi abuelo

Sol Rodríguez Tarazona Nieta del capitán Tarazona

El gobernador civil de Córdoba salvó la vida. Su papel aquellos trágicos días resultó muy controvertido. Periodista y crítico teatral, Rodríguez de León pertenecía al sector más moderado del Frente Popular. El capitán Tarazona recibía órdenes suyas y, sin embargo, encontró distinta suerte que su jefe político inmediato. “Tarazona fue un héroe”, proclama García Parody. “Un militar conservador de derechas que antepuso el sentido del deber”.

La viuda fue apresada durante una semana. Poco después abandonó Córdoba junto a su hija de cinco años, la madre de Sol Rodríguez Tarazona. En un primer momento se refugió en Vitoria y más tarde se instaló en su casa familiar de Toledo. Tras la Guerra Civil se fue a vivir con un oficial franquista separado, con el que tuvo otra hija. Sol Rodríguez Tarazona nació en Madrid en 1955 y hasta los cinco años vivió con su abuela, la viuda del capitán ejecutado, antes de trasladarse a Francia, donde ha vivido toda su vida.

“Mi abuela nunca me habló de él”, lamenta Sol Rodríguez al otro lado del teléfono. Y hasta aquel día desconcertante del cementerio de San Rafael no tenía la menor noticia de la existencia de su abuelo. “Mi madre lo único que me decía desde entonces era que Rodríguez de León salvó su vida y mi abuelo no. Eso fue una cosa que se quedó en el alma de mi madre”.

Muchos años después, en 2014, Sol Rodríguez volvió a Córdoba. El historiador Francisco Moreno Gómez organizó un acto en la Facultad de Filosofía y Letras sobre la dictadura de Franco y la Guerra Civil. Fue entonces cuando la nieta de Tarazona conoció a decenas de víctimas del golpe militar. “Aquel fue mi primer contacto con víctimas del franquismo y de aquella horrible guerra”. Tuvo la oportunidad de conversar con historiadores cordobeses especializados en la represión. “Antonio Barragán me explicó muchas cosas de los juicios sumarísimos y Manolo García Parody escribió un libro sobre mi abuelo con la hoja de servicios que le facilité”.

Desde entonces, cada vez que ha venido a Córdoba ha robado unos minutos para acercarse por el cementerio de San Rafael. “Desde los 15 años siempre he tenido la foto de mi abuelo conmigo. Y cuando me jubilé, me dediqué a investigar sobre él. Hice una petición al Ministerio de Justicia pidiendo su rehabilitación y meses después recibí una comunicación firmada por Ruiz Gallardón certificando que mi abuelo había sido víctima de la Guerra Civil”.

Cuando fue fusilado, el capitán Tarazona tenía entre sus pertenencias una carta dirigida a su esposa. “La leí cuando tenía 16 años”, rememora Sol Rodríguez. “Estaba escrita a lápiz. Y le pedía a mi abuela que le explicara a mi madre por qué su papá no iba a estar al día siguiente con ella”. Siempre que la nieta de Tarazona ha pisado Córdoba la ha invadido un sentimiento estremecedor. “El aire de Córdoba huele diferente. Y siempre he dicho: he llegado a casa. Para mí, nunca ha sido un sitio extraño. Es una ciudad que me encanta”.

En 2014, se barajó la posibilidad de dedicarle una calle al capitán Tarazona. “Pero las cosas no se movieron mucho”, reflexiona su nieta. El historiador García Parody lamenta la desidia municipal de todos estos años. “Cada vez que Sol venía a Córdoba me daba vergüenza de que nadie se hubiera preocupado de hacerle un homenaje. Más que una placa, se merece una calle. O los jardines del Marrubial. Pero no se ha hecho nada. Y me parece increíble que ahora lo tenga que hacer un gobierno de derechas”.

Han pasado diez años desde entonces. Ochenta y ocho desde su fusilamiento. Y Sol Rodríguez ya tiene 68 años. En enero pasado, cogió el ordenador y se puso a escribir. Redactó una carta y la dirigió al alcalde de Córdoba, José María Bellido. También envió una copia a los portavoces de los grupos municipales. A todos ellos les pedía una pequeña placa para el capitán Tarazona en el Cuartel del Marrubial. El único capitán de Córdoba que fue leal a la Constitución aquella infame tarde de 1936.

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