80 años de la liberación de Mathausen, el campo de concentración nazi en el que murieron 352 cordobeses

Hace ochenta años, el 5 de mayo de 1945, el campo de concentración nazi de Mauthausen fue liberado por las tropas aliadas, un momento de júbilo para los cientos de hombres y mujeres supervivientes. Aquel día, en lugar de las banderas nazis, ondeaban banderas republicanas españolas en la puerta principal, acompañadas por una gran pancarta que proclamaba: “Los españoles antifascistas saludan a las fuerzas libertadoras”.
Los supervivientes, con aspecto cadavérico y vestidos a rayas, habían burlado a la muerte en un lugar que olía a hambre, a podredumbre y a descomposición, pero también, aquel día, a esperanza. Costaba distinguir a los vivos de los cuerpos inertes amontonados, todos con un color cenizo en la piel, pegada irremediablemente al esqueleto. Eran aspirantes a difuntos que se convirtieron en supervivientes del holocausto nazi.
Mauthausen se convirtió en un verdadero infierno, un lugar que los propios prisioneros bautizarían como “el campo de los españoles”. Se estima que unas 235.000 personas pasaron por Mauthausen, de las cuales al menos 122.000 fueron asesinadas. Entre ellas, se encontraban 7.532 exiliados españoles que habían abandonado España en 1939 tras la violenta caída de la democracia republicana.
La brutalidad del régimen nazi y franquista se cebó con ellos. El 64% de los españoles que terminaron en este campo fueron asesinados de diversas maneras: fusilados, apaleados, gaseados, ahorcados, o murieron debido a las extremas condiciones de trabajo esclavo y la insalubridad del campo. Entre estas víctimas españolas se contaban al menos 352 cordobeses y 231 procedentes de la provincia de Jaén. Todos ellos fueron víctimas no solo del nazismo, sino también del totalitarismo, el odio y la intolerancia de regímenes como los 40 años de franquismo en España.
Los españoles en Mauthausen, refugiados previamente en Francia tras luchar contra la dictadura franquista, permanecieron fieles a sus ideales de igualdad, libertad y fraternidad. A pesar del terror constante, no se rindieron. Incluso dentro del campo austriaco, lograron organizarse. Aprovechando la debilidad de los nuevos carceleros, semiretirados y bomberos de Viena que sustituyeron a los oficiales de las SS ante el avance aliado, crearon una red de resistencia clandestina: la AMI (Aparato Militar Internacional) y el Comité Internacional, logrando tomar el control del campo hasta la llegada del ejército estadounidense. El 41 escuadrón de reconocimiento de la onceava división armada del ejército de Estados Unidos, liderado por el sargento Albert Kosier, llegó el 5 de mayo de 1945, liberando finalmente el campo.
Mauthausen, situado a unos 20 kilómetros de Linz, junto a una cantera de granito y la tristemente célebre escalera de la muerte, era el campo principal de un amplio complejo de más de sesenta subcampos. Era considerado un lugar de nivel III, lo que significaba que quienes entraban iban directos al exterminio. En Mauthausen y otros campos como Gusen, se utilizaron cámaras de gas o inyecciones de fenol para el asesinato en masa, y en el Castillo de Hartheim se gaseó a más de 30.000 personas.
Los españoles deportados a campos de concentración nazis, principalmente a Mauthausen, llegaron en los llamados “trenes de la muerte” desde campos de prisioneros de guerra en Alemania. El régimen alemán preguntó al régimen franquista qué debía hacer con ellos, ya que eran aliados de Hitler. La respuesta del dictador Franco y Serrano Suñer fue llamarlos traidores y dejarlos a su suerte. De esta manera, surgió el dicho de que cada piedra de Mauthausen representa la vida de un español, muchos de los cuales fueron forzados a construir el propio campo.
Para identificarlos, la supremacía nazi y franquista les impuso un símbolo para arrancarles su origen y memoria: un triángulo invertido con una ‘S’ en el centro, que significaba spanier (español). El régimen franquista quiso ocultar su existencia llamándolos apátridas.
Durante décadas, esta historia permaneció en silencio en España. Tras la dictadura, la transición democrática, marcada por la presencia de simpatizantes franquistas, no facilitó el reconocimiento de estas víctimas. El miedo inoculado durante 40 años impidió alzar la voz, y los libros de historia no nombraron el golpe de Estado de 1936 ni a los miles de desaparecidos y represaliados. No sería hasta la llegada de la tercera o cuarta generación cuando empezaron a surgir las preguntas y la voz de los excluidos.
La normalidad democrática pasa por reconocer a todas las víctimas, incluidas las directas del nazismo con bandera española, que han sido homenajeadas fuera de España pero siguen excluidas de la memoria del país. Asociaciones memorialistas como la Asociación Triángulo Azul Stolpersteine de Córdoba y Jaén apelan a recuperar la dignidad de estas víctimas, rescatando y honrando el nombre y la historia de estos vecinos y familiares deportados. No fueron ciudadanos pasivos ante el fascismo; su compromiso social les mantuvo fieles al ideal de una sociedad justa e igualitaria. Una sociedad democrática, madura y justa no puede tener a sus víctimas excluidas y olvidadas.
Hoy, la generación actual, ausente del miedo de sus antepasados, busca llenar ese silencio. Frente al fascismo que parece rearmarse, los nietos y bisnietos de los represaliados son símbolo de la concordia, entendiendo que no hay concordia sin verdad, justicia y reparación. Esta tarea recae especialmente en la llamada “generación de la Postmemoria”.
Algunos ya desafían el olvido explorando el trauma generacional a través de la literatura o buscando a sus familiares en archivos, reencontrándose con descendientes de supervivientes que nunca volvieron a España. Unido a este trabajo, las asociaciones memorialistas rellenan las páginas en blanco de la historia con la colocación de Stolpersteine (piedras de la memoria) en los lugares de nacimiento de las víctimas, y con proyectos sociales, culturales y de divulgación. Estas acciones ayudan a la sociedad a educar en valores para que la historia no se repita, desmontando discursos que blanquean el franquismo y ocultan a los verdugos.
El lema es claro y contundente: “Nunca más en ningún lugar”. Recuperar la memoria de los españoles de Mauthausen es un paso fundamental en esta dirección.
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