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Juan Velasco

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En Córdoba, la capital de provincia más cálida de España, la entrada en vigor de las medidas contenidas en el Plan de Contingencia y Ahorro han coincidido con los avisos por calor de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), que anuncian casi 40 ºC para los próximos tres días. Quizá por ello, entre el comercio y la hostelería de la ciudad había más incomprensión que ganas de desacato ante unas medidas cuyo objetivo, prácticamente nadie pone en duda.

La cosa cambia, claro está, cuando se pregunta por el cómo. Y sobre todo por el dónde. “Te digo lo mismo que te habrán dicho todos por aquí, que 27 ºC en Córdoba podemos echar las asaduras”, explicaba la dependienta de una carnicería de la zona comercial de Jesús Rescatado, que prefería mantenerse en el anonimato.

En el local, el aire acondicionado marcaba 24 ºC (según el decreto, debería estar a 27), si bien la dependiente reconocía que lo normal es que se acabe incluso bajando la temperatura, a medida que aumente el calor fuera y dentro del comercio, una carnicería que depende del frío, en gran medida, para el éxito de su negocio. Cámaras frigoríficas, vitrinas refrigeradas y aire acondicionado son clave para un negocio en el que el frío generado tiene su cara B.

El calor de los motores

La joven lamentaba que quien haya dictado las medidas, desconocía el calor que desprendían las vitrinas frigoríficas en las que estaba colocando suculentas chuletas mientras hablaba con la prensa. “Esto da frío por arriba, pero no sabes el calor que desprenden los motores y el calor que da en las piernas y el que dan también los focos”, especificaba la dependienta, señalando primero la zona baja tras el mostrador y luego las lámparas que iluminan las piezas de carne.

Su compañera contaba que este verano ha habido días en los que han aprovechado los ratos en los que no había clientes para refugiarse en la cámara frigorífica del calor que generan los motores de las vitrinas, al que se suma el propio de la ciudad, que, según contaban, se cuela a través de la puerta, que, al ser de apertura automática a través de sensor, se queda abierta por la proximidad de los clientes.

A unos metros de la carnicería, ya sudaba la gota gorda Paco, el propietario de la Cafetería Época, que afirmaba, un tanto apurado, que iba a intentar aplicar la normativa “en la medida de lo posible”. “Tío, vivimos en Córdoba. ¿Tú sabes lo que son 27 ºC en una ciudad como Córdoba?”, se preguntaba Paco, antes de ponerse a servir desayunos. Tenía la terraza llena, y algunos de los clientes ya comenzaban a agitar sus abanicos a las 10:00 de la mañana. 

El “gasto tonto” del letrero luminoso

En el local contiguo, acababa de abrir la barbería Morán Peluqueros. En su interior, el propietario, Rafa, explicaba que “las peluquerías están exentas de cumplir las medidas de ahorro”, aunque advertía de que hace meses ya que optaron por apagar el luminoso, por una cuestión económica. “Es un gasto tonto. Nosotros no vendemos vestidos ni productos, así que no tiene sentido iluminarlo”, señala Rafa, que accede a echarse una foto junto al climatizador, que a las 10:00 de la mañana marca 25 ºC, una temperatura, que según cuenta, sube y baja en función de lo que le pida el negocio.

“Ten en cuenta que nosotros trabajamos con secadores, que eso da un calor muy importante”, explicaba el propietario de Morán Peluqueros. Efectivamente, las barberías, lavanderías y gimnasios, están exentos de las medidas referidas a la climatización.

Donde sí se cumplen a rajatabla y los 27 ºC están marcados desde las 9:00 de la mañana es en la Biblioteca Central de Córdoba, donde ya llevan toda la semana subiendo la temperatura progresivamente para que la transición sea más suave. Por su orientación suroeste, el edificio recibe el impacto del sol durante prácticamente todo el día, aunque desde el medio día el golpe del sol es directo.

Por ello, Joaquín, el administrador, celebraba este miércoles que el edificio cierre en agosto por las tardes, ya que, según comentaba, a 22 ºC (la temperatura que solía ponerse hasta esta semana) “ya se suda aquí”.

En la sala de estudio, pocos estudiantes, y alguna sorpresa por la temperatura ambiente. “Está calentita”, decía Carmen, sentada en una de las mesas de la biblioteca junto a Alejandro. Para ambos era su primer día en este edificio, ya que no es su lugar de estudio habitual. Alejandro, de hecho, estaba valorando incluso irse a casa, ya que reconocía que acudía a las bibliotecas a estudiar “buscando el fresquito”. 

Más conciencia que quejas

“La gente no se ha quejado ni un día y no creo que se quejen hoy tampoco”, contaba una de las trabajadoras de la Biblioteca Central, mientras mostraba el sistema de climatización. La mujer era justamente la responsable de haber ido subiendo graditos durante los últimos días, para que la entrada en vigor de las medidas no fuera muy brusca. Ella, en cualquier caso, tenía un ventilador en su puesto de trabajo, aunque alegaba que es porque su ubicación es un punto muerto, donde no llega el aire del climatizador.

La trabajadora defendía la necesidad de tomar medidas de esta naturaleza ante el desafío climático. También creía que, al contrario de la crispación que parecen agitar determinados políticos, la población es mucho más comprensiva ante el plan de ahorro.

“Esto había que hacerlo sí o sí. Y aquí no creo que nadie se queje. Los jóvenes están muy conciénciados”, explicaba la administrativa, antes de volver al trabajo.

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