Diario del Confinamiento | Lo tradicional
Es cierto que está poco documentado pero, al parecer, Jesucristo puso una bandeja de barro con un guiso de callos con manitas y una frasca de vino a la puerta de la gruta donde estaba enterrado Lázaro.
Y Lázaro, por supuesto, resucitó.
Es natural. Yo es lo que como cuando tengo resaca. Siempre suelo tener una lata de esas como fondo de armario para esos casos. Aunque ahora salgo poco, la verdad.
Estuve hace unos años de vacaciones en Chipre. Allí, en una ciudad al sur que se llama Larnaka, hay una iglesia ortodoxa de arquitectura orientalizante dedicada a San Lázaro. Agyos Lazarus, se llama y, en su sótano, está la tumba del tal tipo. Vacía. Pero no es que resucitara otra vez, sino que alguien lo sacó de allí.
La tradición cuenta que Lázaro correspondió a la contundente acción de ser resucitado yendo a predicar el evangelio y las andanzas de Jesús (y, posiblemente, la bondad de su guiso de callos) por Chipre y por ahí. Luego, pasaron por Larnaka los caballeros templarios de regreso de Jerusalem y se llevaron el cadáver del santo a París, donde debe estar ya allí quietecito; supongo.
Mientras que la Historia debe tener rigor científico y hablar de hechos contrastados y verificados, la Tradición es más laxa y da mucho más margen a la imaginación o, directamente, a la improvisación. Por eso me creí lo que me dijo una especie de sacristán dedicado al sector turismo chipriota que andaba por allí. Me lo explicó en un inglés comprensible para mí (en este punto debo decir que los que estudiamos inglés entendemos perfectamente a extranjeros que también estudiaron inglés; no a los ingleses. Esto es otra falla de nuestro sistema educativo en la que ahora no me voy a extender).
Un guiso de callos tradicional resucita a los muertos –o a los que se sienten un poco casi-, por eso es bueno tenerlos a mano siempre. Yo voy a salir a comprarlos porque el Gobierno me lo permite.
Lo demás son historias, paraciencia o veganismo. Vaya usted a saber. Yo, hoy, me quedo con la tradición.
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