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Diario del Confinamiento | Sinestesia

'Piscina y dos figuras', de David Hockney.

Juan José Fernández Palomo

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Llevo dos tardes escuchando sonido de chicharras. No sé dónde están, si en mi misma terraza, en una de al lado o en el descampado de enfrente. No las veo, las oigo. No obstante, me parece que están sonando un poco pronto.

Las chicharras son unos insectos. Son las cigarras o cigarrones o un pariente. Hace años, de vacaciones en el pueblo, un primo segundo mío, mayor que yo, me dijo que eran los machos los que hacían ese ruido para llamar a las hembras.

Así que escucho hoy el sonido de las cigarras y suenan, pues, a verano, a siesta, a pueblo y a celo.

Y eso es, prácticamente, una sinestesia.

Dicen los neurocientíficos que la sinestesia no es un trastorno ni una enfermedad, sino una forma “más completa” de recibir estímulos sensoriales. Por ejemplo, si una persona escucha un sonido o una nota musical, ve también un color; completa su percepción.

David Hockney es el pintor vivo más cotizado del momento. Su obra se caracteriza por utilizar unos colores muy vivos y son famosos sus cuadros en los que aparecen piscinas y gente en las piscinas en días soleados.

Hockney es sinestésico. Dicen que puede pintar “de oído”. De hecho, ha realizado decorados para representaciones de ópera sin importarle un pimiento la historia que se cuenta en el libreto. Me lo imagino pintando unos paneles a ciegas escuchando a toda pastilla “La Flauta Mágica” y le saldría bien, seguro.

O, al menos, lo cobraría bien.

Mi relación con las chicharras es más barata, aunque también tiene su valor. Las escucho hoy en el sopor de las primeras siestas de este extraño 2020 y las oigo amarillas –un color de cierto miedo lorquiano- hace treinta años en la casa de mis tíos en el pueblo.

Cuando no le temíamos a nada.

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