Cuidado con la Lotería, que toca
En casa de los Deza Portero, la familia detrás de los Supermercados Deza, algo se activa cada vez que ven en la televisión el anuncio del Sorteo de Navidad de la Once. Ése en el que una señora teme perder a sus seres queridos por la gracia de un sorteo millonario y que tan bien resumen los publicistas con el eslogan Cuidado, que toca. Tres palabras que para sí quisieran el común de los mortales pero que tienen un reverso del que poco se habla entre quienes lo dan y quienes lo reciben.
Hace 25 años, Supermercados Deza entregó 15.120 millones de pesetas -unos 90 millones de euros- entre miles de familias cordobesas de los barrios del Sector Sur y la Avenida de Barcelona. Hicieron felices a miles de personas. Reflotaron, de algún modo, la economía cordobesa en un año, 1992, en los que la ciudad y el país vivían una crisis, otra más, que había disparado el desempleo y la desigualdad. Como ahora, muchas ilusiones estaban puestas en los millones que se pudieran cantar desde el Colegio de San Ildefonso.
Aquel día en Córdoba cayó un segundo premio al número 42.890. Cayó íntegro en la ciudad el equivalente a más de la mitad del presupuesto que tenía el Ayuntamiento aquel año. Se repartió todo en las 105 series y 6.300 participaciones que se vendieron en los 4 supermercados que tenía Deza repartidos en Córdoba, todos ellos en barrios humildes de gente trabajadora, donde el desempleo hacía estragos, como ahora.
Y corrió el champán. Y ese mismo día se compraron jamones ibéricos y mariscos que no estaban en la lista de la compra. Y fueron, en términos generales, unas navidades muy prósperas en barrios humildes y en la propia ciudad. Una alegría que hace que todavía algunos de los protagonistas, como Julián Portero, encargado de la tienda de Jesús Rescatado en 1992 -la más grande y la que más lotería vendió-, reconozcan que se les pone la piel de gallina al recordarlo. “Ten en cuenta que se repartió mucho entre gente que, por la situación económica que vivíamos entonces, apenas podían comprar más de una participación”. Cada “papelillo” del Deza costaba unas 200 pesetas y acabó rentando 2.400.000 pesetas.
Un premio repartido en el mismo barrio donde se compró
El número, el 42.890 lo escogió, como llevaba haciendo doce años y como ha seguido haciendo hasta la actualidad, Doña María Luisa Portero, la esposa de Antonio Deza. Era un número que le gustó y que compró en la Administración de Lotería Número 18, en la Avenida de La Viñuela. Su hijo recuerda que a su madre le gustan los números pares y por eso cogió ése. Fue el único premio que vendió aquel año la administración y, aunque sólo se lo llevó María Luisa, la suerte quiso que ésta lo repartiera también entre los vecinos del barrio de la Viñuela y la Avenida de Barcelona.
También entre los trabajadores de Deza, recuerda Julián, ya que la mayoría, al igual que los gerentes, llevaban su participación. Concretamente, Julián llevaba dos y con su premio se pudo comprar un coche, hacer una pequeña reforma en casa y pagarse un viaje a Canarias. Los lujos de la gente humilde no han cambiado mucho en el último cuarto de siglo. Tampoco la ilusión de que se repita: Julián dice que todavía hay clientes de la tienda de Jesús Rescatado que va a buscarlo para que él personalmente les guarde la lotería que sigue vendiendo Deza todos los años y que sigue comprando puntualmente Doña María Luisa Portero.
Aunque los tiempos sí han cambiado para la Lotería. Y eso también lo aplican en el Deza. “En aquellos años eran participaciones de un sólo número, ahora las hacemos de 5 números y cuestan 4 euros”, especifica Antonio Deza hijo, que tenía 22 años cuando cayó la lluvia de millones en los supermercados de la familia. Deza estaba entonces estudiando empresariales en ETEA y recuerda haber “notado” cómo aquel premio “achuchó a la economía de toda Córdoba” y cómo la gente “dio adelantos de pisos y se compró coches”.
Antonio estaba con su padre aquel día. Tuvieron que poner la radio para cercionarse de que lo que estaba ocurriendo era real. También recuerda qué siguió a la alegría inicial, y cómo su padre, “que es un tipo que le da vueltas a todo”, percibió ese mismo día lo que se venía encima. Al igual que los billetes de lotería, los premios tienen un anverso feliz, luminoso y que invita a la alegría, y un reverso con letra pequeña que hay que saber interpretar.
Blanqueo de dinero negro y un método para evitar falsificaciones
“Para mí el premio fue casi una tragedia. Lo positivo es que aquellos 15.120 millones de pesetas solucionaron muchos problemas en una época que tampoco era boyante. Pero a mí personalmente aquello me desbordó. Cada papeleta tenía como premio 2.400.000 pesetas, digamos que era el billete más grande que existía en el país. Estaba sin firmar, y lo más fácil era falsificarla, cosa que gracias a Dios no ocurrió. Pero como eran tantísimas papeletas, tantísimo dinero y tantísima gente, se produjo un tremendo movimiento especulativo. A mí me tocó apechugar con todo aquello y estaba agobiado”, llegó a decir el empresario Antonio Deza en una entrevista. Hoy, ni siquiera quiere hablar del tema, si bien su hijo reconoce que no tenían previsto de antemano que se desatara la codicia o que se pudieran falsificar las papeletas y hubo que pensar un método que lo evitara.
“El resultado es que no apareció ni una falsificación y ésa es la verdad”, dice al respecto. Para ello tuvieron que buscar un banco que aceptara una laboriosa fórmula para cobrar las participaciones, que eran “papelitos” impresos en lo que hoy es la Imprenta Tecé y que sólo llevaban un sello de compra. El sistema, que únicamente aceptó Cajasur, consistía en cotejar cada papeleta con la matriz, de modo que, si alguien presentaba una falsificación, se pudiera ver que se estaban intentando cobrar dos papeletas. Para ello se estipuló que se hiciera por series, desde una única ventanilla y pidiendo carnet de identidad a todo el que solicitara cobrar.
Todo ello para evitar, según rememora, “el posible escándalo” que supondría que una empresa como Deza viera paralizado el cobro del premio por vía judicial como había ocurrido en España con anterioridad ante casos de falsificación de lotería. Lo que no pudieron evitar fueron “las habladurías y la mala baba”. Hubo quien les acusó de hacer fortuna con los intereses, por los que la empresa tributó a Hacienda. Cabe recordar que, en aquellos tiempos, el Gobierno no se quedaba con nada del premio.
No obstante, fueron las “ansias por cobrar” de algunos agraciados y las ofertas de blanqueo “de una barbaridad de dinero” a partir de la compra de papeletas premiadas lo que provoca peores recuerdos en la familia. De hecho, Antonio rememora una reunión que él y su padre mantuvieron con el Jefe de Inspectores de Hacienda para informar de las serias intenciones de blanqueo que había respecto al premio y la sorpresa que le produjo la respuesta que recibieron: “El dinero negro no es el peor de los males”. Ciertamente, hay quien podría sostener eso mismo ahora en esta ciudad y en este país.
Lo que sí que ha cambiado ha sido la precaución en Deza, que en las papeletas de lotería que vende en la actualidad remarca bien claro el sistema de cobro, deudor de aquel que tuvieron que idear para pagar la última gran lluvia de millones que ha caído en Córdoba. Y es que, aunque en Córdoba llueva poco, agua o millones, siempre habrá quien se tenga que mojar.
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