El traje de marca del emperador
Todo cordobés encierra en su interior, allá por el hígado o el recto, un listado de vocaciones tardías y diversas. Todo cordobés ejerce al mismo tiempo de arquitecto, turismólogo, experto en patios, entrenador de fútbol preocupado por la cantera y cuñado gracioso. Este último —entre intestino e intestino, ahí donde algunos protegen el humor— escucha Marca Córdoba y le brota un chiste vinculado a la reinterpretación de la pronunciación del sonido representado por la grafía a y el sonido representado por la grafía e y el centro logístico junto a la autovía y el estadio. Repitan conmigo: Marca Córdoba. ¿Lo pillan?
Ese poderío opinador se suma al auténtico Patrimonio Inmaterial de la ciudad: la capacidad de unirse en el desacuerdo ante lo impuesto, se trate de una estatua o del sentido del tráfico, y la capacidad de movilizarnos para transformar algo que consideramos injusto, siempre, claro, al nivel de las estatuas o del sentido del tráfico. En Córdoba se han limado rascacielos y se han transformado viviendas en aparcamientos. Otro asunto —paréntesis— atañe a las razones por las que nos movilizamos para luchar por asuntos de hoy, pero nos cuesta tanto patalear por los que afectarán al mañana. Una pilona sí nos quita el sueño, pero no la degradación de los servicios públicos o que el nombre de Córdoba se vincule a las habituales declaraciones retrógradas —eso también es Marca Córdoba— del señor que llama Catedral a la Mezquita-Catedral.
Porque hablábamos sobre los cordobeses; hablábamos sobre el carácter polifacético de sus órganos vitales. Ahora a cada cordobés, arquitecto y turismólogo y patiólogo y entrenador de fútbol y cuñado gracioso, podría nacerle un publicista. Ahora a cada cordobés, que ha escuchado en el telediario esa cantinela de la Marca España inventada para taparnos la nariz y no oler la mierda, se le podrían ocurrir diversas variaciones locales con las que un político aliñaría una campaña, una rueda de prensa o una entrevista en días de poca actividad.
De hecho, pasa.
Por ejemplo: que por marzo era por marzo ya se potenció la Marca Córdoba —por la ciudad y por la provincia— de cara a los turistas extranjeros, esos arcángeles que desplegarán sus alas sobre nuestras tierras con pan solo para su salmorejo, pernoctarán en nuestros hoteles, bañarán nuestros flamenquines en nuestra mayonesa y surtirán bien de toppings nuestros yogures helados, todo mientras rescatan del paro a todos los ciudadanos hasta Andújar aprox.
A propósito de la cultura, con su nuevo traje de hermana pobre y fea del turismo, nos colaron —y nos hizo gracia y todo— la marca Otoño cultural, como esos paquetes de excursiones en los que te prometen visitar siete ciudades en siete días, y si hoy es lunes por la mañana esto debe de ser Fernán Caballero, provincia de Ciudad Real, y si hoy es lunes por la tarde ya andaremos por Wamba, provincia de Valladolid, es decir, que te enseñan mucho pero rápido y mal —y dale con los grandes eventos y las magnas exposiciones—, y también se ha anunciado La Sana Intención de difundir ya no el flamenco cordobés, sino una marca que se llamaría algo así como Flamenco Cordobés —nótese, por favor, la diferencia entre el poderío de la mayúscula y el pocacosismo de la minúscula— y que reuniría Cosas Que Ya Se Hacen y adjuntaría Cosas Que Se Van A Hacer —nótese, por favor, que a la expresión le falta la intención que sí conlleva Cosas Que Se Harán— y que se presentaría como un Godzilla más para entretenernos hasta que surjan la próxima marca potenciadora, el próximo gran evento, la próxima magna exposición.
Si su negociado es el del deporte también habrá escuchado alguna marca con la que aglutinar y publicitar no sé qué cosa. Si se dedican a la empresa, al emprendimiento o a cualquier actividad económica —esto es, restauración y demás epígrafes del IAE—, no me lo digan: aporten su marca no sé cuál.
Opinaré al respecto.
Creo que esta avalancha de marcas se justifica según lo expuesto a continuación:
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Y ya.
En un ámbito o en otro, estos señuelos distraen ante la falta de realidad. Escuchamos Marca Córdoba y nos sentimos invencibles. Se nos despide el hambre y uno se distrae más en la cola del INEM.
Pues eso.
Que el emperador no viste traje de marca.
Está desnudo.
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