Con la música a otra parte
Seis grupos cordobeses actuaron en la pasada edición del Monkey Week.
Interpreten el comienzo de este artículo como un titular. Amplíen el tamaño de la letra, visualícenla en negrita, incorporen una fotografía. Y repitan conmigo: seis grupos cordobeses actuaron en la pasada edición del Monkey Week. Este festival huye del macroconcierto con Iván Ferreiro, Love of Lesbian o Vetusta Morla, y no aspira a resolver las cuentas del hostelero local —que también—, sino que se presenta como una feria comercial: establece contactos entre artistas, representantes, promotores, discográficas y periodistas. Sus cuarenta minutos de gloria permiten a un artista que alguien apueste por él o, si se equivoca, perder una oportunidad.
Para que imaginen qué significa tocar en Monkey Week, qué significa que tu discográfica o tu management paguen para reservarte un espacio, o qué significa alcanzar un puesto en un concurso y ganarte el sitio, por El Puerto de Santa María se movían no ya responsables de sellos independientes, sino presidentes de las filiales españolas de internacionales, cribando entre quienes suenan bien en estudio y quienes además rematan en directo. Por ejemplo, una de las bandas que subieron al escenario con la etiqueta de comidilla regresó a casa con medio contrato de muchos ceros. Y así.
En número menor que madrileños o barceloneses o sevillanos, nimio en el total, pero superior al de ciudades con solera o circuito firme, actuaron Los Alimentos, D. Donnier & His Bones, La Inesperada Sol Dual, Prin’ Lalá, Raisa y The Wheel & The Hammond. Quizá no lo sepan porque nadie se hizo eco. Córdoba produjo en esos días, seguro, noticias culturales de mayor interés. Y esa cifra sonará ridícula a unos, pero a otros nos fascina el logro de seis grupos de una ciudad en la que resulta tan difícil no ya vivir de la música, sino considerarla un pasatiempo.
Ahora pienso en quienes empiezan; en quienes soñarán, dentro de unos años, con fichar por una discográfica o actuar porque les reclamen, y no porque cuadren vacaciones y se organicen una gira. ¿Dónde ensayan? ¿Existe una oferta digna y asequible, lejos de las paredes aisladas con cartones de huevos? En todo caso, por homenajear a la pregunta retórica, ¿qué ocurrió con las salas de ensayo de la Casa de la Juventud? La plataforma “Con el arte a alguna parte” criticó —el comunicado es espectacular y revelador— tanto su precio como el equipamiento con «marcas de baja gama», pese al asesoramiento de la plataforma, que apostaba por otras de similar precio y mejor calidad. ¿Y con los estudios de grabación del Instituto Andaluz de la Juventud en Adarve? ¿Se ha publicado convocatoria este año? La administración no debe competir con la empresa privada: de acuerdo. Pero quien no dispone de presupuesto para unos, merece que algún técnico —entre café y café— estudie su situación y permita su acceso a otros.
Más importante incluso, porque afecta a quienes escuchamos: ¿dónde actúa hoy un grupo en Córdoba? En bares. El Góngora no aprovecha la sala Polifemo para programar música, como sí ocurre en Málaga o Sevilla, o como sucedió en el Gran Teatro con una propuesta efímera e interesante: Bulebar. Un grupo cordobés actúa hoy en bares que afrontan visitas policiales con la multa de marras; bares que no molestan como una cruz de mayo o una verbena —lo recordó Marta Jiménez—, que no fomentan las tradiciones populares pero sí la cultura. La situación no mejoraba con el gobierno anterior, pero desde el año pasado se ha recrudecido, aunque sin alcanzar situaciones límite como en Granada.
¿Dónde actúa hoy un grupo en Córdoba? En bares como el Ambigú de la Axerquía, con una programación que hereda el riesgo del añorado Freaktown, o en el Café de la Luna, o en la Metrópolis para conciertos con un aforo mayor, y poco más. Por cierto: la sala 37 grados organizó durante varios años un concurso que sustituía, desde la iniciativa independiente, a la antigua muestra pop-rockera municipal; con su cierre quedó en el aire. Esa muestra, en cambio, se ha transformado en un concurso cuyas bases gozaron de escasa difusión, cuyos conciertos-finales gozaron de escasa difusión —lo sé porque asistí—, y que sirvió para que los ganadores se embolsaran el dinero del premio —que muy bien— y justificar un expediente y afirmar: hacemos cosas. Cómo las hacen es otra cuestión. Y sí: sí existe público para asistir a esos conciertos.
En este año se han despedido dos inmensos grupos cordobeses, Deneuve y Limousine, de esos que trascendieron más allá de nuestra ciudad, con discos como joyas. Yo escucho de vez en cuando a Laura Palmer, que publicaron una maqueta y un ep y tenían al menos un par de canciones importantes, y de los que hace mucho que no sé nada. Me ciño al estilo de música que más disfruto, y sobre el que más —poco— conozco, pero deduzco que el circuito de cantautores no andará mejor, sobre todo tras el cierre de La Espiga, y que el rock padecerá los mismos problemas, y el heavy, y el jazz, y el blues, y el flamenco, y no entremos en la clásica y las orquestas que mendigan no ya sede, sino local de ensayo.
Lo dicho: seis grupos cordobeses actuaron en la pasada edición del Monkey Week.
Arte de magia. Récord olímpico. ¿No merecen un aplauso?
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