Sesión continua
Tendría yo unos cuatro años, imagino, así que supongo que uno de los primeros recuerdos del cine que tengo es que mi padre me llevó a ver Superman.
Entramos al cine con la película por acabar, despacito en una sala iluminada apenas por el brillo del Cinemascope, en plena demostración de superpoderes del héroe venido de las estrellas, el apolíneo señor del caracol en la frente, que ante la muerte de su amada Lois (que yo conocía por Luisa y ahora me sonaba a pantalón vaquero) desafía a su padre viajando atrás en el tiempo e inmiscuyéndose en la historia de los hombres.
Madre mía, acababa de salvar un tren del desastre cuando entramos a la sala a esperar que la sesión continua tuviera lugar. Este tío es tremendo.
No sé ni lo que costaría la entrada, averigua.
Quizá hasta nos colaron, pues el acomodador, especie extinta, era amigo de la familia.
La película acabó, las luces se encendieron, la gente salía y entraba, y volvió a empezar.
A mí me daba igual haber visto el final, además lo iba a ver dos veces.
Joder, aquel tipo volaba de verdad.
Nunca entenderé para qué era la capa, pero volaba.
Lo podías ver y no imaginar como en el tebeo, que aún no se llamaban cómics.
Supongo que por eso me gusta ver esa película de vez en cuando, y me da igual que todo lo que entonces era mágico ahora parezca de cartón.
Supongo que por eso me gusta ver películas.
El cine está cerrado. Ya no existe, cosas de la vida.
Pero yo aún lo recuerdo.
Gracias papá.
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