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Princesa

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Redacción Cordópolis

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Esta es Princesa.

Princesa es una niña.

Una niña que ha cruzado el estrecho en una pequeña embarcación junto con otras personas adultas provenientes probablemente de diversos países de África, quizá incluso de países que estén dejando de serlo ahora mismo, o cambiando de nombre a golpe de fusil, o redibujando sus fronteras con sangre, que así de convulsa es la geopolítica del vecino continente.

Una niña tan pequeña que aún es un bebé.

Una niña que no tiene a sus padres con ella, pero no puede comprender su ausencia, que ojalá sea más que breve.

Una niña que, gracias a los medios de comunicación, tiene su momento de fama efímera poniendo la cara amable al drama en que se ha visto envuelta sin siquiera ser consciente de ello.

Una niña que debería tener la oportunidad de crecer, de aprender, de hacer amigos, de amar y ser amada, de ser feliz, de reír y de llorar. Debería tener la oportunidad de vivir.

Una niña que no entiende, ni tiene porqué, las razones, los motivos, o los culpables que, por acción u omisión la han llevado a esta situación.

Una niña que sin saberlo huía de alguna calamidad del género humano como la miseria, la enfermedad, la penuria, la hambruna, o la guerra, si no de todas ellas a la vez.

Una niña que tal vez debiera dejar de ser Princesa y tomar su nombre de aquello que quedó a buen recaudo en la caja de Pandora y que ya es hora de que salga.

Así que, jovencita, deja que te llame Esperanza.

Bienvenida y buena suerte.

Bien. Si has leído hasta aquí y permite que te tutee, te habrá podido gustar más o menos lo escrito, y quizá te haya hecho reflexionar algo sobre el drama de la inmigración, o quizá no.

No era mi pretensión. En realidad cuando vi la foto pensé en aquello de que una imagen vale más de mil palabras, y lo cierto es que en este caso concreto, vale (o contiene) muchísimas más.

Vuelve a observar la foto (haz así para el lado con el cuello si estás ante el pc o gira un poco el móvil o la tablet si es tu caso) y mira esa cara. Mírala atentamente.

¿Qué ves?

Si tu respuesta es “un bebé”, enhorabuena.

¿Enhorabuena por qué?

Porque has visto exactamente lo que hay.

No un niño (o niña como es el caso) negro, morenito, de color, africano o como suelas describirlo.

Es sólo un bebé.

Da igual de dónde o cómo sea.

Dan igual los cómos y los por qué. No es el momento de ellos.

Mira bien esa foto.

Deja que entre en ti.

Deja que hable, ella sola, sin palabras, a tu mente, y escucha.

Sobre todo escucha.

A mi, que tengo hijos, me dice muchas cosas.

Por lo pronto me dice que si ese bebé, esa niña, fuese mi hija, aparte de aquello de que daría mi vida por ella y todas esas cosas de las que los padres alardeamos, me gustaría que tuviera derechos. Que tuviera opciones. Posibilidades.

No hablo de derechos humanos, sino de derecho a cosas.

Derecho a momentos, sensaciones, ideas, risas, llantos, alegrías y dramas.

Derecho a descubrir su canción favorita, cuál sabor de helado le gusta más, la película que verá mil veces o el libro que la haga vivir una aventura.

Derecho a aprender a leer la hora de un reloj de agujas gracias a su madre o de descubrir las maravillas de la bóveda celeste de la mano de su padre.

Derecho a que la miren como si fuera el centro del Universo, a que se le erice la piel cuando la besen en la última fila de un cine en la penumbra o a correr de la mano de su pareja cuando les sorprenda un chaparrón inesperado y a reirse de la vida a carcajadas.

Derecho a triunfar, a fracasar, a caer y levantarse, a acertar, equivocarse, confiar y decepcionarse.

Derecho a sufrir y a disfrutar.

Derecho a atender a sus deberes y a respetar los derechos ajenos.

A mi me dice todas esas cosas y más. Creo incluso que es ese bebé quien escribe, inocente, estas líneas.

Sólo tengo que escuchar. Sólo tenemos que escucharlo.

Quizá si escuchamos todos muy atentos, cuando termine de hablar, el racismo, cansado de que no se le haga caso, se haya marchado muy lejos.

Lo dicho, bienvenida seas.

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