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¿Qué esperar cuando estás (des)esperando?

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Redacción Cordópolis

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La falta de rutina es la peor de las rutinas.

Dieciocho meses ya sin trabajar (o año y medio, que no hablamos de bebés, pese a parafrasear en el título de este post una célebre publicación para embarazadas) me dan más que motivos para hacer tal aseveración.

Suena a frase hecha, a juego de palabras sin mayor transcendencia, a plantilla de tuitero presta a difundirse por las redes.

No tengo ni idea de si se ha dicho ya o no, pero no puede ser más cierta.

Aquí, sí que sí, cuando el río suena agua lleva.

Y es que demasiados lunes al Sol queman.

Quizá es que somos propensos a regirnos por horarios, a repetir tareas, a saber qué es lo que toca ahora, o que viene mañana, o temer al último de mes y a esperar el primero de mes como agua de mayo.

Quizá simplemente somos animales de costumbres.

El caso es que los días pasan llenos de horas, minutos y segundos, como siempre, pero más despacio; Y esas horas parecen días, se asemejan a semanas y, lo peor, se sienten como meses.

El tiempo libre, esa famosa expresión que identifica los ratos de esparcimiento, de olvido de los quehaceres, del alejamiento de la rutina, pierde todo su sentido. Deja de importar.

Todo el tiempo ya es libre.

Y curiosamente, tú dejas un poco de serlo.

Y ese tiempo que antes anhelabas ahora te esclaviza, llenándote la cabeza de dudas, temores, inseguridades y miedos, que cambian, crecen o se aferran a ti a golpe de tic tac del reloj y tachones en el calendario.

Y te arrastras con desespero a cualquier oasis que pueda surgir en este desierto que es el paro, esperando que no te engañe un espejismo, y que haya sombra y agua para ti.

Y yo qué sé.

Y te sientes incapaz de hacer cualquier cosa, frustrado por todo, fracasado como ciudadano, y tal vez incluso culpable de todos tus desmanes, cuando en realidad, sólo eres parte palpable del fracaso de la sociedad. Del enésimo fracaso de esta.

Si tienes suerte, como yo, tendrás el firme apoyo de quien te quiere, familia y amigos, y sabrás y deberás agradecer que no te haya dejado caer del todo.

Si no la tienes, tranquilo, somos muchos como tú, y ese apoyo que no hayas encontrado llegará más pronto que tarde, así que aguanta. Sólo un poco más, puedes hacerlo.

Y cuando por fin te hayas dado cuenta de que tú no eres el mal, sino parte de la solución, decidirás levantarte, con la cabeza muy alta, y seguir caminando, con paso firme, siempre, siempre, hacia adelante.

Hacia donde todos deberíamos caminar siempre.

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