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Se dice la vuelta al cole porque “¡¡madre mía ya era hora!!” no era comercial

Redacción Cordópolis

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Ya está aquí, ya llegó.

La Vuelta al cole.

No hablo de ciclismo, sino del regreso de los niños, deseosos de estudiar, a sus escuelas, y todo lo que ello supone: maestros aliviados tras un verano sin ver a sus queridos alumnos, grupos de madres y padres comentando la pena que tienen por dejar de tener a todas horas a los niños en verano, los agradables atascos (kilométricos en los días de lluvia) en las puertas de las escuelas, la increíble, o por qué no decirlo, maravillosa sensación de gastar cientos de euros en material escolar... si es que son tantas cosas...

Tranquilo, estaba bromeando. Ni la mayoría de los niños están deseando volver al colegio, más bien lo contrario, ni los maestros locos por ver a sus pequeñas tropas de discípulos preadolescentes, ni sus progenitores lloramos por las esquinas tras volver a tener algo de tiempo para nosotros, por no hablar del caos circulatorio o el desgarro a la cartera (la del dinero, no la de los libros) que el inicio escolar nos supone.

Y es que hay gente más contenta de la vuelta al cole que los padres y madres, y son los libreros.

Y los libreros con hijos deben ser el súmmum de la alegría por la vuelta de septiembre.

Qué gran invento para ellos el cambio año si y año también de los libros de los niños.

Qué atraso dejamos olvidando aquello de pasarnos libros de niño en niño año tras año, libros que volvían a casa a veces cuando estabas ya en el instituto y al abrirlos tenían constancia a tinta de boli bic de los amores de alguna vecina en forma de corazoncito atravesado por flechas de inicial a inicial o de alguna burla al que fuera tu maestro de matemáticas. Si es que regresaban, que muchos se independizaban y jamás volvías a verlos.

Esos libros que aunque fueran tuyos ya eran un poco de todos.

Tanto ahorrar para qué, que decían los de su gremio, y tanto lo decían que las editoriales nos lo solucionaron y se esforzaron en que cada año estrenasemos libros nuevos.

Estaba bromeando de nuevo, claro. Pero maldita la gracia.

En fin, un saludo desde aquí a los mencionados.

El caso es que se ha hecho de rogar pero el curso empieza de nuevo, los niños vuelven a madrugar, las mochilas se llenan a diario tras meses de obligado olvido (quizá sobrecargadas, pues algunos críos parece que van a hacer el camino de Santiago), y el timbre de la escuela vuelve a sonar, algo oxidado por el desuso, todo esto mientras, con estudiadas campañas de publicidad, las colecciones indispensables como cascos de Star Wars, Camioneros hipertensos de Arkansas o Teteras de porcelana para zurdos eslavos, vuelven a los kioskos. (Adivina cual de las tres colecciones es de verdad...)

El tema de las colecciones daría para escribir un libro.

Incluso una colección de libros, o una colección de libros de colecciones, pero no es lo que toca.

Mientras llega o no alguna nueva reforma educativa (lástima que la tan manida para otras cosas Constitución no proteja a la educación obligando a un consenso de todas las fuerzas políticas para su legislación y búsqueda de continua mejora por profesionales de la docencia...) tenemos que afrontar un nuevo curso con la esperanza de que sea mejor que el anterior.

Y mejor no sólo por el rendimiento de nuestros pequeños, sino del profesorado, las administraciones que lo deben sustentar y, no olvidemos, de la implicación de los padres, madres o, como dicen las autorizaciones escolares, los tutores legales de niños y niñas.

Y es que la educación tiene una asignatura, desgraciadamente pendiente, que ni puntúa expediente académico alguno ni obliga a repetir curso si sus inexistentes exámenes se suspenden continuamente.

Esa asignatura se cursa en casa, y se estudia conjuntamente entre niños y mayores, y es obligación de éstos últimos, nosotros, que se apruebe con nota.

Respeto, civismo, modales, humanidad y solidaridad son, entre otros muchos, los temas a estudiar, o mejor dicho, a enseñar a nuestros menores, temas que harán de ellos mejores personas, y en conjunto, harán de la nuestra una sociedad mejor, una sociedad que progresa.

¿Recuerdan aquello de dejarle a nuestros hijos un mundo mejor?

Pues quizá hacerles a ellos mejores que nosotros sea aportar un buen granito de arena.

Y es que si quieren viajar al futuro, sólo tienen que mirar a los niños.

Hinquemos los codos.

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