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Reyes

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Paco Merino

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El fichaje por el Córdoba me pilló en la biblioteca y alguien me lo sopló: “Hermano, mira a quién se han traído”, pantallazo en mano; y cuando lo firmó el Madrid, un 31 de agosto, entre mi casa y la panadería. “Noche de Reyes”, titulaba Marca debajo del brazo de mi vecino: “Verás que, por el titular, no se lo traen, que son gilipollas. Dos barras”.

Con aquel pantallazo, que me enseñaron como una placa, me vino directamente un gif: el gol de Reyes al Mallorca, al palo largo y bajo, evitando un Tenerife vol. II, aquella leyenda terrible en los mentideros de mi casa. Me puse histérico, aquel 17 de junio de 2007, porque estaba en El Arcángel viendo al Córdoba jugarse la vida en una liguilla de ascenso contra el Huesca, y de boca de algunos aficionados-radio -antes existía ese papel en los estadios de fútbol, con los auriculares deslizándose como una tirolina de las orejas a la Sony– se tuiteó un gol del Mallorca. Fue el mismo día que Agredano descubrió que a Segunda suben cuatro equipos de ochenta y que a Segunda B bajan cuatro de veintidós. Yo también me di cuenta de que no sirvo para aficionado blanquiverde.

También eché algunos Sevilla-Betis al Pro con mi hermano donde solo se podía meter gol con Reyes o con Joaquín, que son algo así como homólogos el uno del otro. Además fue el último coloca que me tocó en un álbum, cuando ya compraba los cromos con la misma vergüenza con la que se compra un preservativo.

El año pasado iba al estadio solo para verlo, cuando ponen los partidos al mismo precio que el cine, el club se juega la vida y la gente se empieza a hacer del Córdoba como los Isótopos de Springfield. El equipo intenta procurarle a la afición el único título que puede ganar: la alegría del convaleciente, como Walter Benjamin. La tuvimos el año pasado, en gran medida, gracias a Reyes.

Reyes murió, junto a su primo, en la autovía que une Utrera, su localidad natal, con Sevilla el pasado sábado, después de perder el control de su Mercedes a más de 200 km/h, mientras nos levantábamos de la feria; pero eso es por todos conocido. Si quieren leer una buena crónica sobre su homenaje en Nervión, la del Agredano doce años después de aquel hallazgo aritmético, mientras la gente poblaba su artículo con comentarios de currículums para la DGT.

Cruyff, para Garci, no era un jugador de fútbol, era Henry Fonda en Falso Culpable cuando arrancaba desde el centro del campo. Reyes para mí era un jugador de fútbol al que seguía desde la trinchera leve de mi casa, un dothraki que, como aficionado, estuvo a mi servicio y endulzó las tardes de mis domingos en dos etapas fugaces, de una a otra década, del instituto a la universidad. Al final, un jugador de fútbol, como un gol o un partido, como una persona, es lo que a cada uno nos tocó que fuera.

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