Nueva normalidad
Que una muerte es una tragedia y un millón de muertes es una estadística lo dijo Stalin. En nuestro caso es menos de un millón, apenas unas decenas de miles, agrupados en una curva que incide en la conciencia colectiva como un cartelito de “prohibido pasar” en el pomo de la puerta. Mientras, los muertos se disuelven por el sumidero de los lavabos de la Moncloa, temiendo uno morirse y empotrarse en la curva como un toro entrando a Estafeta.
Sánchez salió a rueda de prensa ayer para prometer una Nueva Normalidad, que será algo parecido a la nueva normalidad que se produce en una relación las semanas después de perdonar unos cuernos. Supongo que formará parte de una nueva estrategia de comunicación consistente en formular mensajes con antónimos que, al menos, desplaza la anterior tendencia a la redundancia.
Mientras Sánchez intenta camelarte con su mensaje, con una voz ronca en la que me reconozco en la puerta de Bambú a las cinco de la mañana, la Nueva Normalidad avanza con modernas formas imaginativas para que todo parezca otra cosa. El fact-checking ha determinado que salir a correr es el deporte perfecto, neutro y sin olor a sobaco, así que el Gobierno nos pondrá a dar vueltas a la manzana como hámsters en una rueda. Habrá que tener especial cuidado con los runner-cocas, colectivo bautizado por Ernesto Sevilla como los exfiesteros que deciden, de un día para otro, empezar a hacer deporte jugándose el infarto. Habrá que estar atentos a cómo evoluciona esa curva.
En la Nueva Normalidad no habrá conciertos en el WiZink ni fondos llenos en los estadios ni San Isidro, temeridades del hombre del antiguo régimen, que no se quedaba en casa, inconsciente de su posible seroprevalencia. Tampoco discotecas, ya que el virus se podría montar una rave en las bocas de los más desconfinados.
Para ir al cine habrá que pedir cita, dejando uno de poder comprar una entrada por el reclamo publicitario del cartel mientras pasea. Se harán reposiciones de películas que animen al hombre moderno en su propósito de la no-relación, como La ventana indiscreta y Náufrago.
Montaigne fundó el ensayo encerrado en una habitación, así que – como escribió Vila-Matas – puede decirse que el sujeto moderno no surgió en contacto con el mundo, sino en dependencias cerradas a solas consigo mismos. En algo se parece esta Nueva Normalidad, que nos acota los mapas como a Truman: todo más allá de la provincia son las Islas Fidji. Pero no seré yo quien caiga en el bulo de afirmar que la antigua normalidad sea mejor que la nueva.
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