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El cordobesista

Redacción Cordópolis

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El cordobesista celebra hoy su aniversario. Es una circunstancia muy particular. Cada año tiene un día –con suerte, dos o tres- en el que todo el mundo en su ciudad se acuerda de que existe. “Éste partido no te lo pierdes”, le dicen los otros. Como si se hubiera perdido alguno de los anteriores. Como si el de hoy, el de cada año, fuera para él más o menos importante que todos y cada uno de los compromisos pretéritos. En esta temporada y en todas las anteriores. Un hombre de fútbol, un gran hombre de fútbol, me dijo una tarde inolvidable que sentía envidia de esta afición. “¿Y me dices que lo del himno es en cada partido? ¡Qué pasada!”.

Todo el mundo le reconoce, en esta Córdoba tan poco dada a los reconocimientos para con lo propio, algo al cordobesista: la paciencia. Para algunos puede suponer un estigma. Para otros, un orgullo. Quien lo es (cordobesista) no sabe diferenciar en el fútbol entre la emoción y el dolor. Entre la racionalidad y la inconsciencia. Entre el ayer y el antes de ayer. Porque, desgraciadamente, para el cordobesista el mañana nunca puede ser más que una quimera cotidiana. Un tránsito constante entre el miedo y la euforia desmedida de ese gran día por llegar.

Creo que sabría explicar por qué soy cordobesista. Para algunos no hubo opción. A otros, me incluyo, fue la propia desdicha del club la que nos impulsó a quererlo. Una suerte de malditismo forjado en fracasos inexplicables. Cuentos de la lechera que por culpa de enemigos de toda calaña –desde ladinos colegiados hasta rivales imberbes- se convertían en una perpetua leyenda de Sísifo en la que nos veíamos obligados a empujar la pesada roca de nuestra ilusión por la cuesta de la tercera categoría. Una y otra vez.

Ahora hemos crecido. Ahora nos vemos ante un reto morrocotudo y nos reconocemos en el respeto. La euforia, que es preciosa, la dejamos de lado cuando nos renovamos cada verano el carnet. Nos comprometemos a vivir al filo de la navaja. A saber que, por mucho que se quiera, la gloria queda demasiado cerca del infierno. Tanto como a un segundo, el que pasó desde que Menosse remató de cabeza el pasado sábado en Huelva y la pelota besó la red de Juan Carlos o –por el contrario- el que pasó desde que en 2008 Abraham Paz chutó hasta que el balón golpeó contra el poste en aquel penalti en Alicante.

Hoy puede ser el primero de una serie de grandes días. No soy adivino, pero he tenido la suerte y el privilegio de trabajar para el Córdoba durante dos temporadas y media y conozco a muchos de los que van a defender la blanquiverde hoy. Y sé de qué madera están hechos. De la misma con la que se forjan –y no quiero parecer más cursi si cabe- las grandes gestas.

Esto lo escondió Verlaine, un maldito, en su poema “Tú crees en el ron, en el café, en los presagios…”: “…Y tan profunda es mi fe/ y tanto eres para mí,/ que en todo lo que yo creo/ sólo vivo para ti”.

Hoy los cordobesistas vivirán su día con generosidad extrema para los curiosos que se sumarán al grito de “yo estuve allí”; hoy los cordobesistas chillarán como siempre y se enfadarán como siempre; hoy los cordobesistas disfrutarán con pasión infinita su partido.O, lo que es lo mismo, lo sufrirán con sumo gusto con la idea fija de hacer de su aniversario algo cotidiano.

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