La pregunta que lo rompió todo

Hace ya algunos años fui invitado como periodista a unas jornadas organizadas por una asociación empresarial que englobaba a los principales operadores de telefonía. Me pagaron el ave a Madrid y una habitación de un buen hotel a cambio de que asistiera a dichas jornadas. Allí nos convocaron a una decena de periodistas de toda España. Por resumir, su pretensión era convencernos de que las antenas de telefonía móvil que colocan en las azoteas de los edificios no son perjudiciales para la salud. Eran años en los que en paralelo a la expansión de la cobertura de los teléfonos móviles también brotaban las noticias sobre los males que esas antenas podrían causar. Cuando terminó el desfile convincente de ingenieros, médicos y políticos que descartaban cualquier efecto negativo en la salud de la población, se abrió un turno de preguntas. Sólo recuerdo una de un compañero periodista que dijo: ¿Si las antenas causaran problemas de salud, ustedes nos lo dirían? No recuerdo la respuesta, después de esa pregunta ya no importaba.

A partir de ahí, las ideas de verdad y certeza han corrido en sentido contrario y son imposibles de reunificar en mi cabeza. No se a quién creer, no puedo evitar ponerlo todo en duda y la tristeza que eso me genera es tal que a veces me anima a echar la persiana. Ni siquiera una verdad jurídica es aceptada como tal, ni siquiera un discurso convincente escapa a la sombra de la duda. La credibilidad ha muerto como concepto y en medio circula la vida y andamos los periodistas, agarrándonos a la veracidad que

-en nuestro descargo- no es lo mismo que la verdad, pero es soportable para nuestras conciencias.

Aquella pregunta se convirtió en una bola de plomo atada a los pies con una cadena. Esa pregunta lo está destrozando todo. Porque, de haber sido así, ¿nos diría Rajoy que cobró en negro? ¿Reconocería Rosa Aguilar que le dijo a Sandokán que construyera las naves? ¿Reconocería Sandokán que nadie le dio permiso para construir? ¿Reconocería usted lo suyo o yo lo mío?