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Venganza o justicia

Fosa común de San Ramón en el cementerio de la Salud, donde han aparecido los primeros restos | MADERO CUBERO

Alfonso Alba

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Empecé a escribir de memoria histórica poco después del año 2000. Entonces, muchos de los protagonistas de la Guerra Civil y la represión franquista seguían vivos. Por aquellos años entrevisté a maquis, a supervivientes de Mauthausen, a heridos en la Batalla del Ebro, a gente que había pasado por campos de trabajo, a niños llamados a filas de tal o cuál bando... y a los primeros familiares que empezaban a moverse para buscar los restos de sus padres pero, sobre todo, de sus abuelos.

En La Guijarrosa asistí a mi primera exhumación. La recién constituida Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica trabajó duro para devolverle la dignidad a un grupo de vecinos que murieron fusilados por una columna falangista cuando la guerra apenas había empezado. Recuerdo el silencio cuando se encontró el primer hueso, a los viejos del pueblo señalando sin ningún género de duda el lugar donde habían echado los cadáveres, los zapatos intactos de los muertos con suelas desgastadas de andar por el campo y las balas. Algunas, dentro de los cráneos, otras atrapadas en columnas vertebrales, huesos partidos y las manos aún atadas.

Si la memoria histórica diese votos no quedaría ni un desaparecido, me dijo entonces un voluntario de la asociación. Y no me lo creí. Entendía entonces que era un acto de justicia y nada más. Que esos familiares no pedían venganza (aún no he visto a ninguna víctima tomándose la justicia por su mano y, por ejemplo, acechando al torturador Billy El Niño o haciéndole ha vida imposible). Hasta el día en que se enterró a los republicanos fusilados vino el cura del pueblo. Lo solicitaron las familias. Y el cura accedió a dar una sepultura digna y cristiana a esas víctimas. Y no pasó nada. Bueno, pasó después.

Cuando el juez Garzón abrió una causa general contra el franquismo, yo ya trabajaba en otro sitio. En Córdoba, recuerdo, escribí una serie de tres reportajes triples sobre lo que fue la represión en la provincia. Hasta que un día fui amablemente invitado a dejar de hacerlo. Y lo dejé. Aquello no era noticia, parece ser. El juez Garzón dejó de serlo tras un proceso vergonzoso. Solo por buscar justicia. Y todo parecía encajar.

A alguien en algún sitio pareció molestarle aquello. Como si los miles de muertos del franquismo fuesen a salir de su tumba y a cobrarse venganza. En el documental El silencio de los otros, El Chato, torturado por Billy El Niño, viene a sorprenderse de cómo se puede llegar a confundir la “venganza” con “la justicia”. “No, no queremos venganza. Solo que se nos haga justicia”. Sería como pedirle a una víctima de ETA que se encontrase con el asesino de su padre que viese normal que jamás hubiese sido detenido, procesado y enviado a prisión. Que pedirlo era clamar venganza.

La memoria histórica no da votos. O ahora quizás sí. Y seguimos profundizando en lo que ya es una vergüenza histórica, más que otra cosa.

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