Lo importante
El futuro de cualquier país está en la juventud y en la infancia. Y el presente en el resto de la población. Sin presente es obvio que no hay futuro, y son los adultos (nosotros) los que tienen que esforzarse para que exista. Es obvio por tanto que sin educación no tenemos futuro.
En tiempos de pandemia, de crisis o de guerras suele aflorar la verdad de las cosas. La historia es cíclica y demuestra que hasta en las peores situaciones los mejores, los virtuosos, destacan en estos tiempos. Desde luego que también lo hacen los mediocres, los miedosos, los cobardes y las peores personas. Y casi siempre son más.
En estos tiempos también despiertan nuestros miedos. Y esos miedos siempre nos hacen más conservadores. Tenemos la certeza de que vivir del turismo nos convierte en un país excesivamente dependiente del exterior. No producimos nada, apenas contribuimos a nada y no somos imprescindibles... nada más que para que los que de verdad producen y contribuyen disfruten de su descanso. Y ahora tenemos miedo de que eso desaparezca.
En esta desescalada sabemos exactamente cuándo podrán volver los turistas a España. De hecho, habrá alemanes en Mallorca antes de que, por ejemplo, yo pueda ver a mis amigos de Madrid, que a su vez llevan más de tres meses sin poder abrazar a su familia andaluza. Sabemos también cómo tenemos que comportarnos en una terraza, cómo podemos entrar a un hotel y disfrutar de sus zonas comunes, pero no tenemos ni idea de cómo va a ser algo tan importante para el futuro del país como el próximo curso escolar.
A mediados de junio, es imposible saber si habrá curso presencial o no. Ya sabemos que estos tres meses de telecolegio han sido un desastre. No lo digo yo. Hablen con cualquier profesor, con cualquier padre y hasta con cualquier alumno. Un absoluto desastre. Y parece que no nos importa nada.
El consejero de Educación de la Junta, Javier Imbroda, ha considerado imposible un curso en Andalucía con 15 niños por clase. Imposible, claro, porque supondría una enorme inversión. Ajá. Habría que contratar a más profesores (solo hay que echarle un ojo a la interminable bolsa de interinos con sus oposiciones aprobadas), habilitar espacios (basta con un poco de imaginación, con que muchos ayuntamientos cedan espacios sin uso o con que haya clase por la tarde) y, sobre todo, basta con creer en la educación pública.
La concertada y la privada ya están promocionando clases con 15 alumnos como máximo, y como siempre se llevarán el gato al agua. ¿Qué padre va a querer a su hijo en tiempos de pandemia en una clase masificada? Ninguno. Mientras, la educación pública languidece.
Imposible. Un despropósito, se escucha. ¿Imposible? ¿De verdad?
Es nuestro futuro lo que está en juego.
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