Osio acompañado
El pasado martes, Alfonso Alba hablaba en su post de blogópolis de una posible burbuja de los bares. Ojalá se equivoque, como el mismo repetía como un mantra, y haya cada vez más bolsillos dispuestos a dejarse unos euros en sus barras, pero la cosa pinta mal.
La cuestión es que esta pseudo-burbuja tiene un efecto secundario que cada vez afecta más a nuestra ciudad, la ocupación del espacio público por veladores. Efecto secundario que además, tiene una doble derivada, impedir caminar con normalidad por las aceras y afectar de manera determinante la contemplación de nuestro patrimonio.
Supongo que sabrán, que esta ocupación está regulada por una ordenanza: ORDENANZA MUNICIPAL REGULADORA DE LA OCUPACIÓN TEMPORAL DE ESPACIOS EXTERIORES CON MESAS, SILLAS, PARASOLES Y OTRAS INSTALACIONES ANÁLOGAS QUE CONSTITUYAN COMPLEMENTO DE LA ACTIVIDAD DE HOSTELERÍA.
Pues bien, aprobada en 2008, la norma en cuestión viene a proponer en su preámbulo “una ordenación que evite el exceso o el abuso y que acabe por amparar una apropiación de los espacios públicos”*. Además hace hincapié en que “las vías públicas urbanas son mucho más que un sistema de comunicación: ... hacen posible la convivencia colectiva y determinan, como ningún otro elemento, la imagen de la ciudad, valores todos ellos que una ciudad como Córdoba tiene especial deber de preservar.”
Esta declaración de intenciones introductoria se desarrolla en el artículo 16: “...No se autorizarán terrazas que menoscaben la contemplación, el disfrute o las características específicas y relevantes de espacios públicos, monumentos o edificios singulares, incluso aunque no cuenten con protección especial...”
https://twitter.com/rafaelobrero/status/317993200516222978
Sin embargo, la realidad que podemos comprobar es muy distinta a la que la norma aspira. En los últimos meses se suceden las aperturas de locales y su consiguiente terraza, en sitios tan frágiles como la Plaza del Potro o la Plaza de las Capuchinas, por nombrar solo dos. Es cierto que muchas de las situaciones dignas de queja, no están amparadas por licencia alguna, no respetan las medidas de paso mínimas (1,50 metros a la fachada más cercana), invaden con pizarras, sombrillas o setas-estufa el paso libre, o se instalan sin encomendarse a nadie, en lugares en los que, claramente, no obtendrán permiso. Por tanto, lo que procede por parte de la autoridad competente es mayor vigilancia y menor tolerancia.
La pasada semana hablábamos de la laxitud en la defensa del patrimonio construido, esta semana del patrimonio ambiental. Y es que corremos serio peligro de sumar a la pérdida intensiva de nuestros bienes, vía demoliciones, la pérdida extensiva, por esturreo de cacharrería, de nuestro carácter de ciudad. Y no está la cosa para ir dejando por el camino valores que nos diferencian de nuestro entorno próximo. Si queremos ver las cosas desde un prisma mercantilista, y ser tolerantes con los negocios de hostelería lo es, veámoslas, pero con amplitud de miras, con ambición.
Nuestro valor de cara a un visitante de fuera no es poderse tomar una caña en un lugar privilegiado, nuestro valor es poder ver ese lugar inalterado.
* La redacción de la norma es pésima, a lo farragoso que suelen ser los textos de tipo normativo, se suman incoherencias y reiteraciones que lo hacen, a veces, ininteligible.
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