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Preparando la Navidad

Mar Rodríguez Vacas

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Ooooooooohhhhh... Dulce Navidad... ¡Y una porra! Este año estaba yo plenamente ilusionada con que iba a ser el primero que mi hijo mayor iba a disfrutar las fiestas. Y sí, en eso no me he equivocado. Pero no está siendo todo tan idílico como yo me lo había montado.

El pasado día 6, aprovechando la jornada de fiesta, llegó la Navidad a casa. Por la mañana sacamos el árbol con todos sus adornos y los belenes, uno 'de mayores', que se rompe, y otro 'de niños', que se rompe también pero que las figuritas son más redonditas y con aspecto infantil. Los colocamos en el salón y en la entrada de casa, respectivamente. Todo con muchas lucecitas de colores para animar el espíritu navideño. Pero el pobre de mi hijo mayor parece que no se entera de mucho. Veréis, es que me vino con la figurita del pastor con su ovejita y me dijo con carita constreñida: “Mira mamá... El niño Jesús”. “Uf”, pensé. Íbamos a tener que explicar más cosas de las que yo pensaba. También asegura que la frase que pronuncia en la función de Navidad de su 'cole' se la dice a su 'seño': “Somos unos pastorcitos y te traemos migas con choricito / ¡Qué frase tan bonita, cariño! Y eso... ¿A quién se lo dices? / Pues a la seño / No, mi vida... Se la dices al niño Jesús / ¡Que no, que no! Que te he dicho que se la digo a mi seño”. Y no hay más que hablar. O la 'seño' va a hacer de niño Jesús en la obra o el pobre está algo confundidillo.

Lo bueno es que en la guardería le están enseñando muchos villancicos que canta a todas horas y por todas partes. Para acompañar a su linda voz a capela, los abuelos le han regalado una pandereta. Y con ella, nos vamos a volver todos locos. Os imaginaréis el ruido ensordecedor, al que sumamos los llantos de mi hijo pequeño, que se pone a llorar desconsoladamente cada vez que su hermano toca el instrumento. Suponemos que le da miedo el ruido, pero la realidad es la realidad y lo que esperamos es que se le pase lo antes posible porque quedan muchos días de pandereta y su hermano con ella en la mano es implacable.

Pero vuelvo a la decoración del hogar, porque aquí hay aún mucha tela que cortar. Mi casa está hasta arriba de purpurina de los adornos del árbol. El mayor los coge y los transporta por todo el hogar. El día menos pensado me van a aparecer hasta debajo de las camas, como las pegatinas de las ventanas y los gomets, que se han sumado a la fiesta navideña invitados, como no, por el torbellino de mi hijo. Estos aparecen pegados en las puertas, en las paredes, en las suelas de los zapatos y hasta dentro del congelador. Ya me gustaría a mí saber cómo, cuándo y por qué llegó eso allí. En definitiva... que recojo cada día restos de adornos navideños por kilos y debería plantearme muy en serio reciclarlos, seguro que ganaría lo suficiente como para sufragar los gastos de esta época.

Que esa es otra... los regalos. Respecto a este concepto y el de 'Reyes Magos' no ha sido necesaria mi intervención. Ha venido del cole con la lección bien aprendida. Sabe quiénes son Sus Majestades, las tiene localizadas en sus correspondientes villancicos y tiene conocimiento de que sólo le traerán regalos si se porta bien. Así que, lo único que le hemos contado es que hay que escribir una carta para que los Magos de Oriente sepan qué quiere. Él ya había visto varios catálogos y esta empecinado con varias cosillas de sus dibujos favoritos, Peppa Pig. Pero como mucha gente me pregunta qué le compra al niño y el sólo dice eso, nos lo llevamos a una juguetería a que viera más variedad. Y maldita idea la mía. No había forma de dar un paso. Se montaba en todos los coches y motos que veía a su alrededor y tocaba todos los juguetes con los que se encontraba.

Descubrió que Chuggintong, Pocoyó, Disney y Dora la Explradora (otros dibujos que le encantan) también tienen merchandising. De momento pensé: “¡Qué bien! Ya vamos solucionando los reyes de la familia”. Pero fue un pensamiento fugaz. Igual llevarlo a ver juguetes no había sido tan buena idea. A la hora de irnos, mi hijo se convirtió casi que en 'el niño del exorcista'. El pobre no quería llevarse nada a casa, sólo quería quedarse allí jugando. Así que la excursión a la juguetería me costó llevar a mi hijo a rastras hasta mi casa después de tirarse en plancha varias veces en plena calle, un dolor de espalda antológico y muchas más dudas para escribir la carta a los reyes. Y eso que sólo es el principio... ¡Todavía quedan más de tres semanas para que todo esto acabe! Mientras tanto intentaré ser lo más positiva posible, comenzar y terminar cada día con una sonrisa y desearos a todos (que ya me vale no haberlo hecho aún)... ¡Felices Fiestas! Nunca antes había tenido tantas ganas de que se acabaran unas vacaciones que todavía no han empezado.

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