Vitoria, ciudad humana
Es pequeña, verde, peatonal y acogedora. Vasca, europea y tan agradable que cuesta abandonarla tras una jornada de pateo incontrolado por sus calles. Vitoria, en las tierras llanas de Álava rompe tópicos porque es inclasificable. Sus evidentes raíces euskaldunas están tan diluidas que hay zonas del centro que bien podrían ser de una ciudad escondida del interior de Noruega o Finlandia. No tiene un gran patrimonio arquitectónico pero su crecimiento, en torno a una almendra medieval pequeña y manejable, ha sido racional y armonioso, salpicado por la mayor densidad de parques posible. Os pongo algunas paradas obligatorias para echar un día en Gasteiz, la capital de los vascos...
El cerro que lo domina todo. Vitoria nace como Gasteiz hace mil años y lo hace sobre un cerro donde se acumulan las calles del casco viejo. Tiene forma de almendra, antaño rodeada de murallas. Conserva casonas, blasones, restos de muros y sorpresas como el museo arqueológico y de los naipes, el Bibat, en un caserón renacentista. No se te olvide que ésta es patria de las cartas Fournier, con las que habrás echado más de una partida…ah, en varias calles hay escaleras y pasarelas cubiertas para subir al centro, curiosas.
El corazón de la almendra es la Catedral Vieja (Catedral de Santa María), inmersa en el proyecto Abierto por Obras, iniciativa que permite visitarla en plena restauración y con casco de obra incluído. El recorrido es guiado y sinceramente genial. Pasas de las entrañas de la Catedral, una joya del gótico del XIV, y sus cimientos, a la parte más alta de su nave central. Espectacular. Atención a la portada, es única en Europa. Hay que reservar. Se puede hacer con este enlace.
Ensanche. Urbanismo humano. Vitoria crece en el siglo XVIII y lo hace de forma ordenada, bajo el cerro del casco viejo. La impresionante Plaza de la Virgen Blanca y su anexo romántico: la plaza de España, sirven de puerta a un extenso entramado de calles rectilíneas y manzanas comerciales trufadas de placitas, terrazas y rincones verdes. Un relaxing paseo donde hay paradas tan curiosas como Artium, el Centro de Arte Contemporáneo del País Vasco.
Paseo de la Senda. Pegado al Parlamento Vasco arranca el paseo más eco de la ciudad, ejemplo de por qué Vitoria ha sido Capital Verde de Europa. La Senda es una vía peatonal que tras cruzar los jardines que rodean la Cámara vasca (Parque de La Florida) se interna en la zona más exclusiva, allá donde la burguesía más adinerada construyó sus viviendas desde inicios del XX. Las casonas impresionan. Abunda el estilo británico, pero hay también variantes regionalistas de sabor vasco, como la propia Ajuria Enea, la casa del Lehandakari. El paseo, rodeado de arboledas, llega hasta el Estadio del Alavés y se pierde literalmente en el monte, entre prados, caseríos y bosques. Precioso y relajante hasta no poder más.
Anillo verde. El compromiso medioambiental de esta ciudad tiene sus miras puestas en siete parques semi salvajes que rodean el casco urbano. Hay senderos, miradores, lagos y puntos para recorrer en bici.
Comer, comer, comer. Estás en el paraíso de los pintxos pero es pecado limitar la abrumadora gastronomía vasca en estos aperitivos. Álava es tierra de alubias, carnes rojas brutales y verdura de huerta de primera. A eso añade los Rioja (Rioja Alavesa) y la cercanía de los bestiales puertos cántabros, con abundancia del mejor pescado que puedas soñar. El listado de restaurantes es grande. Yo probé en El Portalón junto a la Catedral Vieja. Tiene aspecto “parque temático” al estar inspirado en una taberna medieval, pero la cocina es casi perfecta. Está en una de las casonas del casco viejo mejor conservadas, es del siglo XV.
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