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Valle del Almanzora, el país del mármol

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Fidel Del Campo

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Almería siempre es recomendable, pero no se acaba en la costa, el cabo de Gata y los eternos invernaderos. Tierra adentro se desparraman desiertos, mini valles, pueblos con castillos como Tabernas, sierras de imposible altura y comarcas tan originales como la del valle del Almanzora. Este valle, casi escondido para el turismo, tiene una franja de pueblos perpendicular a la Sierra de los Filabres que arrancan en la Hoya de Baza y se abren a la costa norte de Almería, lindando con Murcia. Aquí se explota uno de los mayores filones de mármol de Europa. Una riqueza que condiciona la vida de esta tierra árida y pedregosa, de atardeceres más que recomendables. Cito paradas obligatorias...

Descubriendo pueblos con castillo. La A-334 es el pasillo que conecta el valle desde Baza (impresionante ciudad del interior andaluz) hacia la costa. Si pillas la carretera (en buen estado) entras de lleno en Almería norte y sorteas un rosario de pueblos moriscos encaramados en su correspondiente cerro, con su castillo, restos de muralla y con una arquitectura blanca y

cúbica perfectamente representada en Serón. Lugar de historia sangrienta, por ser uno de los últimos bastiones moriscos de cuando la revuelta del siglo XVI. Hoy patria de buenos jamones. Atesora un abigarrado casco antiguo que escarpa hacia una impresionante fortaleza, hoy solo presidida por una sencilla torre del Homenaje. A un costado, como un barco, la iglesia de nuestra señora de  La Anunciación, de un recio mudéjar con un aire muy de Isabel de Castilla. La clave es subir por la espiral de calles que se amontonan por entre balconadas. Verás callejas que se meten, literalmente, dentro de otras, por entre pasos subterráneos. Las vistas, arriba, de quitar hipo y si quieres más y te gusta la conducción, súbete a las vecinas minas abandonadas de Las Menas. Unas explotaciones de hierro, ahora en incipiente desarrollo turístico, cerradas desde hace décadas y que guardan ruinas industriales, puentes de madera y hasta una iglesia centroeuropea de cuando una empresa holandesa mandaba por la zona.

Laroya, montaña morisca. En mi top del Almazora está este pueblito ubicado en una imposible ladera surcada en lo más hondo por un río con el mismo nombre que el pueblo. Laroya es quizás el caserío mejor conservado de la zona aunque es mucho más serrano y pedregoso en su urbanismo que sus pueblos hermanos, valle abajo. Tiene poco más de 100 habitantes. Está subido sobre el cinturón de montañas que separa el valle del desierto de Tabernas.

Solo se accede desde Macael, carretera arriba y asombra por sus calles/mirador, llenas de gatos, macetas y parras, que cuelgan hacia el estrecho valle del río Laroya, sombrío, verde y rocoso. El pueblo se encarama hasta llegar a la iglesia parroquial. Por en medio, casitas rurales, restaurantes y bares para comer cosas de la tierra (jamón, morcillas, embutidos, migas, potajes con trigo, leche frita... ). Presume de haber alojado a Cervantes en sus locos viajes por la España del XVI y tiene equipamiento para el turismo rural. Se come y tapea bien, en sitios como El Picachico.

Macael, corazón del mármol. Seamos sinceros, Macael no es un pueblo destacado por su estética pero ha tenido claro su razón de ser, dar hogar a los trabajadores de las canteras de mármol más famosas del país. La ciudad se extiende por entre cerros y cuestas y esconde en sus espaldas el corazón de la comarca (una extensión infinita de canteras a cielo abierto donde se desgarran montañas para sacar a lo bestia toneladas de mármol de todo tipo de pelaje y calidad).

Aún son decenas las empresas operativas y se oyen sirenas, explosiones y ruído de maquinaria si te metes por entre los caminos que conectan cantera con cantera. El paisaje es bestia, duro y descarnado. Se ven paredes verticales de mármol ocre, blanco y gris, restos de piedras trituradas en enormes escombreras y una belleza dura y osca que no olvidarás fácilmente.

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