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Secretos de Levante, Almería

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Fidel Del Campo

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La franja no tocada de costa andaluza más salvaje se encuentra curiosamente en sus dos extremos: Huelva y Almería.  El Levante almeriense, ya tratado en este espacio, guarda tantas sorpresas que merece una vuelta, justo allá donde no llegaron las constructoras y los concejales corruptos. Paro en dos puntos de mi diccionario de paraísos cercanos. Dos rincones donde esconderse del mundo y ser persona, al menos por un fin de semana: Agua Amarga y la costa salvaje de Mojácar. Dos rincones recomendables fuera de la temporada veraniega.

Agua Amarga es un poblado playero, en el municipio de Níjar, dentro del parque natural del Cabo de Gata, aún con aires mineros incrustado en una pequeña ensenada. Huele a sal y a campo. Es una de las joyas del Levante almeriense. Apenas se ha tocado su estructura urbana cubista de casas encaladas de cubierta plana, interconectadas por una simple madeja de calles estrechas con sombra. Un eucaliptal en los jardines de una de las casas de veraneo refresca el casco urbano y llena literalmente de fragancia sus calles. Apenas hay media decena de pequeños comercios y una mini placita. En el frontal, unas tarimas de madera te dejan en la playa, de arena dorada, acotada por dos cerros. Sobre uno de ellos quedan aún restos industriales de explotaciones mineras de hierro que daban vida al poblado hace un siglo, cuando desde aquí se embarcaba el mineral. Ahora la playa solo se reserva para turistas y una sencilla pesca para la que se reserva un pequeño espacio donde se varan las barcas. Es recomendable llegar a Agua Amarga desde el norte, por la carretera provincial que bordea la costa por entre curvas y cerros, asomándose al mar. Si eres intrépido, se puede llegar andando a calas más al sur, como la de Enmedio. Y esto son ejemplos, hay muchos más senderos. ¿Se puede pedir algo más para ser feliz?.

Mojácar salvaje. Impresiona Mojácar pueblo, colgado sobre un cerro y construido a manera de espiral hasta llegar a su centro encaramado. No hay mejor balcón urbano en toda la costa andaluza. Pero muchos se quedan en el pueblo y tan solo se atreven a bajar a las playas más cercanas, en torno al Parador Nacional. Están tocadas por la fiebre destructora. La sorpresa nos espera un poco más hacia el sur, siguiendo la carretera que, pasado el Parador, nos deja en la Torre Macenas, uno de los infinitos bastiones defensivos diseñados para proteger de los piratas los pueblos del interior. Aquí viene mi secreto: entra (bien en coche bien andando) en la explanada frente a la torre y verás como arranca un camino señalizado que se encarama en los cerros por encima del mar. A lo lejos llega hasta la Torre del Pirulico, felizmente restaurada y con vistas de quitar el hipo. Si continúas hacia adelante (en total unos cinco kilómetros) el camino se encarama sobre los acantilados y tras un par de subidas y bajadas y bordeando un cerro con casa de lujo se adentra en el paraíso: la cala de Bordenares y la cala del Sombrerico. Y un aviso: son entornos vírgenes, o sea, no hay construcciones, ni asfalto, ni accesos fáciles ni servicios de ningún tipo. Sé respetuoso porque nadie vendrá detrás de ti para limpiar o poner en orden lo que estropees. Las detallo:

Bordenares:

una lengua de arena grisácea bañada por aguas turquesas y tibias con el único fondo de los cerros y las rocas volcánicas.

Sombrerico: mi favorita. Lo primero que ves es una playa grande inicial coronada por un islote rocoso. En el extremo, el chiringuito Manaca, dicen que edificado con restos del rodaje de una versión de La Isla del Tesoro hecha en este pedazo de costa, protagonizada por Orson Welles. Pasado el chiringuito, por el borde del mar, se suceden un par de calas entre acantilados, al final de ellas un enorme farallón, casi jurásico, corona el paraje. Se puede llegar a estar literalmente solo por estas playas si huyes de julio y agosto. Querrás volver.

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